«Hecha la ley, hecha la trampa». El dicho parece inventado en alguna esquina de Buenos Aires pero en realidad existe desde hace siglos. Y el mundo del deporte así lo confirma, con ejemplos de estafas de todo tipo, algunas de ellas desopilantes, alguna trágica y otras más vergonzosas, a lo largo de los años y las geografías.

El caso más reciente tiene como protagonista a uno de los tramposos más famosos. Según cuentan desde París, a Lance Armstrong no le bastó recurrir al dopaje sistemático para obtener siete títulos del Tour de Francia, sino que ahora afirman que utilizaba un motor en su bicicleta para disminuir el desgaste físico. Insólito: el estadounidense apretaba un botoncito detrás de su asiento para activar una batería que mantenía su rodado en movimiento.

Sin embargo, muchos años antes, otro deportista de elite también recurrió a un dispositivo secreto para sacar ventaja en una competición. El soviético Boris Onischenko llegó a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 en la disciplina de pentatlón moderno con la presión de integrar uno de los mejores equipos del mundo, exitoso en las citas previas de México 1968 y Montreal 1972.

En la cita olímpica de Canadá, el pícaro de Boris fue descubierto en offside en medio de un combate de esgrima. Los sensores comenzaron a activarse y darle puntos a pesar de que su espada no hacía contacto con el oponente. Cuando revisaron la empuñadura del arma encontraron una palanquita que se activaba a su antojo. Lo expulsaron de los Juegos.

Poco después y cerca de allí, en Boston, la veterana maratonista Rosie Ruiz destrabó otro nivel en el «trampómetro» del deporte con un recurso que parece salido de una película. La cubano-americana disputó la edición 1980 del Maratón de Boston y fue la sorpresa del evento: marcó un nuevo récord y bajó 25 minutos el tiempo que había logrado poco antes en Nueva York. ¿Su estrategia? Los últimos kilómetros ¡los hizo en subte! Nadie se dio cuenta, fue premiada (en la fotos se la ve espléndida) y a los pocos días descubrieron su engaño.

Pero para qué andar dependiendo de la frecuencia del transporte público o del saldo que se tiene en la tarjeta SUBE, mejor seguir la receta de los hermanos Motsoeneng. En 1999, los mellizos Sergio y Fika Motsoeneng coincidieron en que la unión hace la fuerza y decidieron correr de manera combinada el «Maratón Camaradas», en Sudáfrica, el ultramaratón más antiguo del mundo (unos 90 kilómetros de extensión): el que se anotó fue Sergio y a mitad del trayecto Fika ocupó su lugar.

Pero como dicen las novelas policiales, el plan perfecto no existe, y un pequeño descuido expuso el plan de los Motsoeneng: un diario local publicó fotos en las que ambos atletas aparecían con sus relojes en muñecas opuestas. Un papelón. Fueron castigados con 10 años de inhabilitación y tuvieron que devolver el premio, unos mil dólares.

Del calor sudafricano al frío de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1968 en Francia, cualquier clima puede ser escenario para la estafa. En Grenoble, cerca de los Alpes, el equipo de trineo femenino de Alemania del Este estaba rompiendo todas las marcas pero a un jurado le llamó la atención un detalle: las chicas eran las últimas en llegar y las primeras en irse en cada turno. Cuando inspeccionaron su trineo descubrieron que calentaban las cuchillas para hacer que se deslizaran más rápido. Finalmente, las que terminaron «levantando temperatura» fueron ellas, porque las eliminaron y les sacaron todas las medallas.

Las trampas pueden parecer simpáticas pero a veces terminan provocando tragedias irreparables, como la que sufrió en carne propia el boxeador Billy Collins Jr., en 1983, a manos del puertorriqueño Luis Resto.

Basta mirar el video que aparece aquí debajo para ver cómo le quedó la cara al pobre Collins Jr. tras comerse una sorpresiva paliza en el Madison Square Garden. El rincón del retador había mojado con yeso las vendas de los guantes de Resto, haciendo que sus golpes fueran verdaderos martillazos sobre la humanidad del estadounidense.

Lo descubrieron apenas terminó la pelea, que no tuvo ganador. Tras una investigación, Luis Resto quedó inhabilitado de por vida para boxear y luego de que la familia de Collins Jr. lo denunciara ante la Justicia, fue condenado a tres años de prisión.

Se la recuerda como «la pelea más siniestra» en la historia del boxeo, y es que trajo consecuencias devastadoras en la vida de Collins Jr., que quedó gravemente herido y no volvió a subirse a un ring. Mucho peor: sufrió depresión, se hizo adicto a las drogas y el alcohol, y un año después murió tras chocar con su coche contra un barranco.

Trampa han hecho muchos, incluso los más grandes de todos los tiempos. No, no estamos hablando de «la mano de Dios», una travesura de Diego Maradona que respondió más a una dinámica del juego que a una trampa planeada con anterioridad.

En este caso se trata de Tom Brady, el mayor ganador del Super Bowl en la historia de la NFL. En 2014, el mariscal de campo que jugaba en los Patriotas de Nueva Inglaterra fue acusado de desinflar sus pelotas para poder manejarlas con mayor precisión. Él negó todo pero aceptó la sanción: 4 partidos de suspensión y una multa millonaria. Volvió y se coronó nuevamente campeón una y otra vez con la pelota reglamentaria, como en febrero pasado cuando obtuvo su séptimo anillo, ahora con Tampa Bay. El «deflategate», como se lo llamó, fue el más marketinero caso de trampa en la NFL, deporte en el que antiguamente se acostumbraba poner pegamento en los guantes o aceite para freír en los uniformes.

Y siguiendo con el deporte norteamericano, el béisbol también tuvo lo suyo. A nivel individual aparece el nombre de Sammy Sosa, un tremendo bateador que armó un gran revuelo cuando a fines de los años noventa se reveló que usaba un bate hecho con corcho, mucho más ligero que los oficiales. El ex Chicago Cubs partió uno de ellos al conectar un lanzamiento y destapó el chanchullo.

Mucho más grave fue lo de los Astros de Houston, campeones de la Serie Mundial 2017. Su épica consagración quedó manchada al conocerse cómo hicieron para alzarse con el título. ¿Su secreto? Cuando jugaban de local, una cámara oculta filmaba las señales que le hacían al lanzador rival y, automáticamente, cerca de allí, una persona se encargaba de golpear unos ruidosos baldes que le avisaban al bateador la velocidad y dirección que tendría la pelota. No les sacaron el título pero la franquicia echó al entrenador y al mánager del equipo, los multaron con 5 millones de dólares y les sacaron elecciones en los drafts de 2020 y 2021. Además, desde esa temporada son motivo de vergüenza constante de la MLB.

Para el final, el caso más indignante de todos, firmado por la delegación española en los Juegos Paralímpicos de Sidney 2000, considerada la «mancha más negra» en la historia del deporte español. El seleccionado de básquet se llevó la medalla de oro pero después se supo que solamente 2 de los 13 jugadores tenían algún tipo de discapacidad. El que hizo pública la escandalosa situación fue uno de los «tramposos», un periodista que formó parte del engaño y se excusó aclarando que lo hizo porque estaba haciendo un reportaje.

Mucho tiempo después, en 2019, el documental King Ray hizo foco en uno de los dos deportistas inocentes, Ramón Torres, capitán del equipo. «Nadie piensa en lo que se le tuvo que pasar por la cabeza cuando devolvió la medalla. Encima, lo confundían a él con los otros jugadores», comentó su director. El tema también lo trató la película Campeones, de Javier Fresser, que le valió un premio Goya como revelación a Jesús Vidal y cuyo discurso emocionó al mundo. «Han premiado a una persona con discapacidad. ¡No saben lo que han hecho! Me vienen a la cabeza tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad», señaló el actor. Una pequeña dosis de humanidad en medio de tanta porquería.