Cuando Daniela Giménez (28) nació a su familia le dijeron que iba a ser dependiente de otra persona toda su vida a raíz de una discapacidad. Una maestra intentó que repitiera el jardín y en el secundario casi desaprueba educación física a pesar de estar compitiendo para la Selección: “Si cuando nací le decías a mi mamá que iba a ser atleta profesional te tiraba con una chancleta por la cabeza”, cuenta a Clarín desde el Cenard, donde entrena para los Juegos Paralímpicos de Tokio.

Muchas veces le dijeron que no podía hacer cualquier actividad común y corriente por haber nacido sin su mano izquierda, pero a los 5 años se metió a nadar por primera vez y desde que es adolescente cosecha medallas cada año. Solamente en los Parapanamericanos había ganado 13 antes de sumar cuatro más a la colección en Lima 2019: seis son de oro. Pero además de los torneos anuales en distintas ciudades y países, Daniela se clasificó por primera vez a los Juegos Paralímpicos de Beijing en 2008 y desde entonces también destaca el sentimiento que hay en las competencias con paratletas.

“En los Juegos Paralímpicos -cuenta Daniela- pasa algo muy fuerte que es que a cada una de las personas que están compitiendo en cualquier deporte en algún momento de su vida le dijeron que no, que no podía. Es diferente la actitud del deportista paralímpico. Ese elemento de lucha constante que tiene la persona con discapacidad en su vida cotidiana la aplica, la lleva y la mete de lleno en el deporte y los resultados son fantásticos”.

Habla y se le pone la piel de gallina de solo pensar en la sensación de ver a otros deportistas en otras disciplinas y notar cómo se repite el mismo factor en cada uno. La perseverancia de quienes compiten en alto rendimiento con discapacidades no debería ser ingrediente de historias de superación sino parte de lo cotidiano pero, para Daniela, ante la sociedad en la que vivimos sus historias son extraordinarias: «Yo tuve una vida muy sencilla, pero en lo que es discapacidad hay personas que han vivido momentos y situaciones y cirugías que yo no. Tuve la suerte de nacer y crecer en un entorno familiar y social donde se me cuidaba mucho y no se me decía que no podía, pero muchas otras personas no, y tantas veces te dicen que no podés que te convences de que no podés y es difícil reprogramar el cerebro al sí puedo», comenta.

Parte de esas limitaciones impuestas por la sociedad las explica en la falta de conocimiento que hay sobre las discapacidades e invita en sus redes sociales a hablar del tema, en su caso con humor.

En agosto se viralizó un tuit en el que contó que al llamar a la manicura para pedir un turno avisa que tiene una sola mano y pide un 50% de descuento. Parte de ello es un juego pero también es algo que, explica, hace para que las estilistas puedan acomodar su agenda y no agenden un turno completo. Sirve además como excusa para poner el tema en la mesa y que la otra persona no tenga cuidado con lo que dice o las palabras que usa. Cuenta que alguna vez ha llegado a un local después de ese comentario y le dijeron que pensaron que era un chiste: “No me parece algo para hacer una broma, pero eventualmente tenés que ir y mostrar si tenés una mano o las dos”.

Lo que está claro desde su postura es que hay que empezar a hablar de discapacidad, y relata que más de una vez en la calle los más chicos les preguntan a sus padres por qué le falta la mano y la respuesta que reciben es que no tienen que mirar.

«Preguntan por curiosidad, y una vez que explicás siguen su vida, los complicados somos los adultos. Pero que pregunten, que hablen, porque si no es algo que lo tenemos que seguir escondiendo, siempre tenemos que seguir viviendo en la sombra y en la marginalidad de la sociedad. Al no informar o al no educar, lo único que queda es la ignorancia y eso le hace mal a todo el mundo, sobre todo a la persona con discapacidad», expresa.

Daniela nació, creció y comenzó a entrenarse en Chaco y conoce la realidad local como nadie. Según el último Censo Provincial, que coincide con los datos nacionales de 2010, el 25,1% de la población con discapacidad es analfabeta. Con dolor, Daniela habla de estos números: “Es un montón que no es necesario. Y de ahí los problemas que derivan del analfabetismo sumado a la discapacidad y los límites que existen. Problemas que de la única forma que van a salirse es si empezamos a educar, hablar y reconocer que existen necesidades de otras personas que por ahí uno no lo piensa porque no lo tiene que vivir, tan sencillo como eso. Uno no se da cuenta de cuán rotas están las veredas hasta que tiene que subirse a una silla de ruedas, o ni siquiera: llevar el carrito del supermercado. Imaginate llevar carrito de supermercado toda tu vida para todos lados”, precisa.

Para la familia de Daniela, lo primordial fue no imponer límites físicos. Y así ayudaron a que a los 14 años ya estuviera clasificada en sus primeros Parapanamericanos en Río de Janeiro 2007, ciudad a la que volvió 9 años después, pero el sentimiento fue más amargo.

En los Paralímpicos de Río 2016 ya había evolucionado desde sus primeros Juegos, en los que vio el profesionalismo de otras nadadoras de su edad y decidió entrenarse lejos de su familia, en una pileta de 50 metros y sin una selección juvenil de apoyo: “El más chico -recuerda- tenía 10 años más que yo, eran todos varones y yo me la tenía que bancar y hacer lo mismo que ellos… Que me encantaba, era un desafío”. En 2016 tenía la misma edad que esos chicos que entrenaban con ella cuando arrancó, pero contaba con un equipo multidisciplinario, estaba en su mejor estado físico y no terminó conforme. Desde entonces ingresó a su equipo un psicólogo deportivo porque la carrera más difícil fue contra ella misma: “Fue la primera vez que yo dudé de mí”.

Eso sí: con su terapeuta no habla de discapacidad porque no incide en su rendimiento.

Volver después de la cuarentena

La próxima meta está en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, que se pospusieron por la pandemia de coronavirus. Se siente bien para la nueva fecha en el verano boreal de 2021, pero trata de no pensar en ello porque la ansiedad le juega en contra. Por su edad estima que está en sus últimos dos a cinco años de competencias: “No le quiero poner un punto final, pero lo siento. La incertidumbre de qué va a pasar después del deporte, qué vida voy a tener y demás, me gusta”. En el agua se ve para toda la vida. Dice que es algo que saben “todos los que en algún momento hacen natación”.

Parte de eso incide en su desilusión por la fecha retrasada de competencia en los Paralímpicos, que se mezcló con una cuarentena que la alejó del agua por meses a pesar de nunca haber pasado más de 10 días seguidos sin nadar. La idea de perder sensibilidad, fuerza y resistencia crecía día a día mientras se entrenaba en el departamento, pero alejada de un preparador físico. Sin embargo, todas las sensaciones más negativas se disiparon cuando volvió al agua.

«La noche antes de venir estaba como una niña empezando primer grado de primaria, armando la mochila, eligiendo la malla que me iba a poner, la ropa… Super ansiosa. Y cuando vine esperaba tirarme y a los 50 metros ahogarme y quedar tirada en el fondo pero no, fue muy divertido», evoca.

Ahora Daniela dice que hay un horizonte hacia el cual trabajar y un punto de partida para mejorar. Con fechas estimadas de nuevas competencias y la certeza de que eventualmente va a volver a ver de cerca la llama paralímpica.