
miércoles 04 de junio de 2025
A la vera de la ruta 9, en una vivienda modesta de Escobar, vive Yasuo Inomata, paisajista japonés que transformó el modo en que Argentina piensa sus espacios verdes. Su historia personal y profesional es el eje del documental El amo del jardín (2025), dirigido por Fernando Krapp, que evita el formato clásico del documental biográfico para desplegar una observación paciente, casi meditativa, sobre el vínculo entre paisaje, identidad y migración.
Desde el Jardín Japonés de Palermo hasta obras privadas como el encargo del actor Tommy Lee Jones, pasando por la Fiesta Nacional de la Flor en Escobar, el legado de Inomata atraviesa décadas y territorios. Pero más allá del trazo técnico o del prestigio, lo que propone el film es una pregunta central: ¿qué es un jardín japonés cuando se planta en el sur del mundo?
En lugar de un desfile de testimonios, Krapp acompaña al maestro en su cotidianidad: su casa, su estudio lleno de planos, su vínculo con la comunidad japonesa en Argentina. La cámara observa y escucha. El foco no está solo en la obra concreta, sino en aquello que se pierde, se transforma o resiste con el tiempo. Algunas de sus creaciones han sido modificadas, disputadas, incluso desplazadas. Otras permanecen como islas de contemplación.
La película no se detiene en los hitos arquitectónicos sino que profundiza en el viaje interior de un hombre que decidió hacer de Argentina su jardín. Desde Japón a Escobar, y viceversa, El amo del jardín sigue una ruta de ida y vuelta, un camino que también es una búsqueda del origen. Allí, el documental se desmarca del orientalismo fácil para construir un relato que evita la exotización y, en cambio, deja que emerja la tensión entre pertenencia y extranjería.
Inomata no solo diseñó jardines. Diseñó experiencias. Su modo de mirar, su filosofía y su rigurosidad revelan una comprensión del paisaje como forma de escritura. Cada piedra, cada curva del agua, cada árbol seleccionado guarda una decisión estética y una visión del mundo.
El amo del jardín propone una lectura simbólica del territorio: el paisaje como narración y el jardín como una forma de traducir emociones y memorias. Es también un homenaje a una figura casi invisible para el gran público, pero central en la construcción de una sensibilidad paisajística en Argentina.