
sábado 31 de mayo de 2025
La escena del crimen fue un estacionamiento en el barrio de Patraix, Valencia. En agosto de 2017, un hombre de 30 y pico de años, apareció apuñalado. En un primer momento, la hipótesis policial apuntó a un intento de robo. Pero pronto las pruebas señalaron otra dirección: un asesinato premeditado urdido desde el círculo íntimo de la víctima. La investigación colocaría en el centro de la escena a su esposa, María Jesús “Maje” Moreno Cantó, conocida desde entonces como la viuda negra de Patraix.
Dirigida por Carlos Sedes y escrita por el equipo de Ramón Campos, Gema R. Neira, Jon de la Cuesta, entre otros guionistas, La viuda negra (2025) estructura su relato en tres bloques narrativos que abordan el crimen desde los puntos de vista de Eva (Carmen Machi), la inspectora a cargo de la investigación; Maje (Ivana Baquero), la esposa manipuladora; y Salvador (Tristán Ulloa), el amante que terminó por ejecutar el asesinato.
Esta narrativa tripartita permite desmontar la cronología del crimen con distintas capas de interpretación: la dimensión procesal del caso policial; la capacidad de manipulación emocional ejercida por Maje; y la subjetividad de un hombre entregado a una obsesión sin retorno. Cada episodio incorpora nuevas piezas al rompecabezas, alterando las certezas del espectador y evocando el clima de incertidumbre que rodeó al caso en su etapa mediática y judicial.
Más allá del rigor de los hechos, la película encuentra su mayor fortaleza en un trío actoral que potencia las tensiones latentes. Carmen Machi se aparta de registros previsibles para dar vida a una policía meticulosa, con intuición aguda pero desgaste emocional. Baquero construye una Maje ambigua, dulce en apariencia y lúcida en el cálculo. Ulloa, en cambio, interpreta a Salvador desde la contención, delineando un perfil que oscila entre el patetismo y la entrega ciega.
La viuda negra se inscribe en la genealogía reciente del true crime español, con antecedentes como El cuerpo en llamas (2023) o El caso Asunta (2024), pero elige una ruta distinta: no hay enigma por resolver ni sospechosos múltiples, sino una indagación sobre las razones que pueden empujar a alguien a preferir la muerte de su pareja antes que enfrentar una separación.
La pregunta no apunta a la víctima ni al crimen, sino a lo que revela sobre los victimarios: ¿qué heridas de origen, qué modelo de vínculo, qué mitología del amor habilita una decisión tan extrema? La viuda negra, sin ofrecer respuestas cerradas, invita a pensar que la violencia íntima no siempre tiene explicación, pero sí contexto. Y que los mal llamados «crímenes pasionales», lejos de ser impulsos súbitos, a veces se gestan en la más calculada de las rutinas.