Virgen Rosa (2024) de Dennis Smith se adentra en el universo de tres hermanos que, lejos de su hogar y envueltos en la desolación de un galpón abandonado, inician una peregrinación hacia Luján, la capital de la fe. Lo que parece ser un viaje físico en busca de la curación para su padre enfermo se convierte en una travesía psicológica y emocional. A lo largo de esta película, la naturaleza se apodera de los espacios, la memoria se despliega como un terreno pantanoso y los secretos familiares se vuelven imposibles de ocultar.
La historia presenta un conflicto interno profundo en sus personajes, donde el espacio y el tiempo se distorsionan. La fábrica abandonada es más que un simple escenario: representa el refugio de la memoria rota, el sitio donde el pasado se confronta constantemente con el presente. A medida que los tres hermanos —Josefina (Juana Viale), Noé (Agustín Sullivan) y Rosa (Carolina Kopelioff)— recorren este lugar, los recuerdos emergen como fragmentos dispersos, los cuales son difíciles de integrar y asumir.
El guion de Dennis Smith aborda la memoria como una entidad anárquica, difícil de comprender y aún más difícil de compartir. Los recuerdos, en este contexto, no tienen una línea de tiempo clara; se entrelazan con la naturaleza que ha devorado el espacio, obligando a los personajes a confrontar lo no dicho y lo no resuelto. La interrelación de los personajes y el peso del pasado en sus relaciones, da paso a un examen sobre la pertenencia y la identidad, temas centrales que estructuran esta historia.
La tensión entre los hermanos es palpable desde el principio. Aunque el motivo de su encuentro es la enfermedad de su padre, los recuerdos no tardan en resurgir. Josefina, la mayor, está decidida a exponer los secretos familiares, una tarea que pondrá en riesgo la poca armonía que queda entre ellos. Rosa, la más joven, es un puente entre la juventud y la madurez, pero su vulnerabilidad ante el peso de la historia familiar la hace protagonista de una lucha interna por encontrar su lugar en el relato de la familia. Noé, por su parte, es el que parece más desconectado de los demás, pero en su silencio y sus observaciones, revela más de lo que cree.
La búsqueda de la verdad, representada por la peregrinación hacia Luján, se convierte en una quimera imposible. A medida que los hermanos avanzan en su recorrido dentro del galpón, el pasado emerge de manera violenta, sin posibilidad de escapatoria. La película juega con la idea de que, aunque intenten avanzar, siempre estarán atrapados en su propio recuerdo, en sus propias decisiones y, finalmente, en su identidad como familia.
Dennis Smith utiliza el espacio físico —un galpón en ruinas, con vegetación crecida que lo envuelve— como una representación de la memoria y las emociones de los personajes. Es un escenario donde las dimensiones se alteran: aunque la meta es Luján, los hermanos nunca realmente salen del galpón. Este espacio cerrado se convierte en un símbolo del confinamiento emocional de los protagonistas, quienes no pueden escapar de sus propios traumas. La peregrinación, en este contexto, es una metáfora de un viaje imposible hacia la resolución de los conflictos internos.
La estructura del relato, cargada de simbolismo, también está teñida por lo fantástico. Lo que parece ser un simple viaje familiar hacia un destino religioso, se convierte en una travesía hacia lo metafísico, donde la búsqueda de respuestas se diluye en un entorno que no parece tener reglas lógicas.
Virgen Rosa es una obra que invita a reflexionar sobre los límites de la memoria, la reconstrucción del pasado y el dolor familiar. A través de su narrativa visual y sus poderosas metáforas, la película desafía al espectador a enfrentarse a los propios recuerdos y las relaciones rotas. Aunque no ofrece respuestas fáciles, Dennis Smith plantea una pregunta fundamental: ¿es posible escapar del peso de lo que hemos vivido o estamos condenados a ser prisioneros de nuestra propia historia?