«Trabajar con el cuerpo es fundamental para el bienestar», sostiene María Macaya. Esta diplomada en Compassionate Inquire, la terapia creada por el Dr. Gabor Maté, sabe de lo que habla. La respalda también su formación en yoga y trauma en centros especializados de Massachussets y San Francisco, así como sus estudios de neurociencia en el King’s College y con Nazareth Castellanos. María es tan entusiasta del cuerpo que llega a decir que es «nuestro taller de sanación». «Empiezas por ahí y todo lo demás comienza a colocarse. Esto vale para todos», nos asegura.
Lo explica con detalle en Yoga sensible al trauma. Sanando desde el interior (Plataforma). Un libro para profesores de yoga y terapeutas, pero también para el público general, que combina teoría y práctica. Lleva al lector sabiamente por los vericuetos del cerebro, por el tálamo, la amígdala o el hipocampo, para darle a conocer la naturaleza de las heridas emocionales
. Partiendo de que, como afirma Castellanos en el prólogo, «el cerebro es un órgano que puede labrarse». Al tiempo, proporciona prácticas, experiencias y testimonios de facilitadores del yoga sensible al trauma (YST), entre los que se encuentra.
Nazareth prepara el terreno a Macaya constatando que «
la práctica regular del yoga produce cambios funcionales y anatómicos en el cerebro». Y mencionando por enésima vez que mente y cuerpo son inseparables, en este caso «aliados en la sanación del trauma». Nos hemos metido en un apasionante jardín. Como lo hizo la propia María hace una década cuando empezó a trabajar con personas adictas a las drogas.
Se había iniciado en el yoga en el ya lejano año 2000 gracias a su marido, el empresario Fernando Rodés, estando en el Central Park neoyorquino. Por entonces, el yoga era sobre todo una práctica «hippie», y ellos, unos ciudadanos del mundo vagando por NY y luego México, Londres, Suiza y París para terminar echando el ancla en Barcelona mientras componían su numerosa familia.
La historia de un trauma y una fundación
Del yoga básico pasó a un concienzudo aprendizaje sobre sus aplicaciones en situaciones extremas, a la apuesta total por el YST, que trajo a nuestro país, y a la creación de la Fundación Rādika, una plataforma para la salud mental, en 2016. María encontró su lugar en el mundo en el yoga
. El que no había hallado en su otra vida como crítica de arte, tras licenciarse en Relaciones Internacionales e Historia del Arte en la Universidad de Tufts, en Teoría y Crítica de Arte en la de Columbia y en Escritura Creativa por la de Standford. Tuvieron que trascurrir años para situarse delante de un Monet, frente a frente, y disfrutar, «ya como persona, no como profesional».
Ella misma reconoce que se pasó media existencia coleccionando títulos precisamente para tratar de conjurar su trauma. Su padre murió de repente por la rotura de un aneurisma unos meses antes de su nacimiento. «La experiencia de esa pérdida dentro del vientre de mi madre, el vacío que esa ausencia causó en mi vida y el crecer en un hogar donde el duelo permeaba tanto en mi madre como en mis hermanos son algunas de las heridas emocionales que me formaron como persona», revela en su libro. Ahí empezó todo. María es la hija pequeña de Cristina Macaya, la gran anfitriona de Mallorca
, que falleció hace dos años.
«En el yoga encontré un lugar donde fluir, donde sentía que mi cuerpo funcionaba Cuando puedes estar con tu cuerpo de esta manera, cambia toda tu relación contigo mismo. También me ha dado mucha tranquilidad mental
», nos comenta. Los beneficios son innumerables: reduce el estrés, aumenta la capacidad de concentración, mejora la calidad del sueño y genera mayor sensación de bienestar. Lo que todos queremos.
Qué es el yoga sensible al trauma
Le hemos preguntado a María Macaya qué es exactamente el YST. «Es una metodología basada en evidencia científica para trabajar con personas con trauma como terapia complementaria. Una forma de integrar el cuerpo en un proceso terapéutico, viendo que el cuerpo guarda los recuerdos», responde. Yoga no es, aclara, poner un pie en la cabeza. «Y para practicarlo no hay que tener un cuerpo específico ni hacerlo con una ropa determinada. Esto aleja a mucha gente del yoga», se queja.
Aquí no hay instructor, sino facilitador. No hay instrucciones, sino acompañamiento. Se trata de liberar el dolor emocional siguiendo estos pasos:
1. Cultivar la seguridad. «Cuando nos sentimos seguros, exploramos, nos volvemos más flexibles y abiertos ante lo desconocido, aprendemos y jugamos». Habida cuenta de que «en el trauma se pierde la confianza en nosotros mismos y el mundo que nos rodea». No se le exige nada al cuerpo, sino que se le respeta. Nada de forzar posturas. La sala de práctica se concibe como un espacio seguro.
2. Las opciones. Entrenar nuestra capacidad y derecho a elegir: «Es una forma de tomar control sobre nuestra vida, construir la confianza en uno mismo, promover la responsabilidad personal, y así forjar el camino a la sanación». En el YST todo son opciones, incluso parar.
3. La conciencia de nuestros sentidos. Aquí entra en juego la postura corporal y nuestros movimientos, directamente ligados a nuestro estado mental, emocional y a la memoria. En concreto, «
la respiración es la herramienta más poderosa que tenemos para controlar directamente nuestro estado físico y emocional».
4. El sistema nervioso. El yoga se adapta. Tanto para las personas en estado de hiperactivación, con el fin de reducir
la ansiedad y el estrés
, como para las hipoactivadas, para revitalizarlas. También puede ser equilibrante.
5. Cultivar la presencia. El trauma nos aleja del presente. «Cuando estás en el presente, estás bien», nos explica Macaya. «La depresión está enfocada en el pasado y la ansiedad en el futuro», añade. La meditación y el mindfulness «han demostrado científicamente su eficacia en la regulación emocional, la mejora de la concentración, el aumento de la claridad mental y el control de la impulsividad y la divagación».
6. La autocompasión. «Es algo que está en nuestra naturaleza», nos recalca María. «Mejorar la relación con uno mismo, con nuestro cuerpo, nos ayuda a no evadirnos y a regular nuestras emociones
». Se puede practicar la autocompasión tierna: abrazarse o colocar ambas manos en el centro del pecho.
7. La conexión auténtica. Todos nuestros pensamientos, palabras y actos tienen efectos no solo en nuestras propias vidas, sino en las de los demás. «Esto nos proporciona un propósito: nuestra existencia es significativa y podemos contribuir a mejorar el mundo», expone esta experta en trauma.
Cómo practicar el autocuidado, como los animales
Basta con observar a los
animales para advertir su habilidad innata para el autocuidado. En contraste, los seres humanos hemos perdido en gran medida esta habilidad. «Hemos desconectado totalmente del cuerpo, y la vida moderna no ayuda», señala María. Estos son algunos recursos del YST para sacar nuestra parte animal:
● Sacudir el cuerpo. Agitarlo por partes para ayudar a liberar tensiones musculares y emociones acumuladas.
● Balancearse. Moverse suavemente de un lado a otro o hacia delante y hacia atrás para activar el nervio vago ventral, relajar el cuerpo y calmar la mente
.
● Cepillado corporal. Deslizar las manos como si se estuviera barriendo sobre la piel de las distintas partes del cuerpo. Mejora el flujo sanguíneo y suelta tensiones.
● Automasaje. Favorece la circulación y alivia tensiones musculares.
● Autoabrazo. Colocar la mano derecha bajo la axila izquierda y la izquierda sobre el hombro derecho dejando que los brazos se relajen. Activa el nervio bajo ventral y relaja.
● La posición fetal ofrece sensación de protección. Lo mismo que una manta sobre la pelvis, bajo los pies o cubriéndonos.
● Activar la garganta y la glotis. Cantar, tararear, gritar, llorar, chupar, reír o hacer gárgaras activa el nervio vago.
Por lo demás, María Macaya
adora la naturaleza. Ríe continuamente. Tanto en el arte como en el yoga, «siempre he querido comprender a los demás», reflexiona. Desde los 10 a los 18, años de internado, le escribió cartas a su padre. A su madre la retrata como «una mujer superfuerte». Y si le preguntas qué es para ella un día feliz, no lo duda ni un segundo: «Un día con mi marido y mis hijos».