
lunes 11 de agosto de 2025
Julián Vidal (Patricio Aramburu) y Manuel Rojas (Diego Velázquez) comparten por primera vez el mismo espacio. Uno es escalador; el otro, actor. Uno cargó sobre su cuerpo la altura, el frío y el vacío del Annapurna; el otro repitió esos pasos frente a una cámara. La misma historia circula entre ellos, pero ninguno la posee por completo. Lo que se dice, lo que se recuerda y lo que se inventa se entrelazan, como si la montaña tuviera múltiples rutas y ninguna fuera definitiva.
Una sombra voraz, la más reciente obra de Mariano Pensotti, alterna dos ascensos: el de Vidal, hijo de un alpinista desaparecido en 1989 que intenta completar la travesía inconclusa como forma de cerrar un ciclo; y el de Rojas, un intérprete en pausa que, al encarnar a ese hombre, encuentra correspondencias con su propia vida. La tensión entre original y copia deja de ser un ejercicio actoral para convertirse en un intercambio íntimo: la representación no solo reescribe la biografía del otro, también altera la propia.
La puesta en escena, con escenografía diseñada por Mariana Tirantte, propone un espacio despojado atravesado por recursos que evocan el ascenso: arneses, desplazamientos, cambios de luz que delimitan tiempos y lugares. No busca ilustrar la montaña, sino instalar al espectador en un tercer territorio donde lo vivido y lo filmado se cruzan, se corrigen y se contaminan.
En ese diálogo, Julián se convierte en un personaje y Manuel en una versión distinta de sí mismo. Ambos encuentran en la historia compartida una forma de enfrentar el mandato familiar, la figura ausente o presente del padre, la necesidad de emularlo o contradecirlo. La obra no pretende decidir cuál relato es más fiel, sino mostrar que toda narración —en la montaña, en el cine o en el escenario— es una construcción, y que en ese proceso verdad y ficción ascienden juntas.
En su tramo final, Una sombra voraz alcanza esa altura en la que todo encaja: la precisión de las actuaciones, el pulso firme de la puesta y la claridad con la que Pensotti teje un relato que respira en lo íntimo y se proyecta en lo colectivo.