martes 23 de diciembre de 2025

Anaconda (2025) busca dar un giro de 180 grados respecto a la versión de 1997 dirigida por Luis Llosa —el mismo detrás de El especialista— y protagonizada por Jon Voight, Jennifer Lopez e Ice Cube. En lugar de apostar por el terror convencional, la trama apuesta por la comedia al seguir a un improbable equipo de cineastas independientes que intenta rodar una remake en el Amazonas. Una buena premisa cuya ejecución resulta lenta y predecible.

Doug (Jack Black) es un director de videos sociales (bodas y cumpleaños) que sueña con ser un gran cineasta. Griff (Paul Rudd) es un actor de reparto de series que se queda sin trabajo. Juntos, y con la ayuda de sus amigos Kenny Trent (Steve Zahn) y Claire Simons (Thandiwe Newton), viajan a la selva de Brasil para rodar la nueva versión. Los problemas no tardan en aparecer y, como bien dice uno de los personajes: “Filmando Anaconda, estamos dentro de Anaconda”.

La premisa es acertada: los productores entendieron que la original no era realmente una película de terror, sino una comedia de Clase B que destilaba humor involuntario. Ahora bien, esta puesta a punto deposita todas sus intenciones de comedia delirante en sus protagonistas. Los cuatro amigos, con sus gestos histriónicos y ocurrencias, son los encargados de darle gracia a la historia de la serpiente gigante que busca devorar —sin sentido alguno— a cuanto ser humano se cruce en su camino.

El problema es que el elenco no basta para sostener una comedia disparatada. El guion del director Tom Gormican coescrito con Kevin Etten es flojo y los diálogos, peores. Por más empeño que pongan los actores, la historia termina aburriendo por su previsibilidad y falta de coherencia. No hay sorpresas ni secuencias realmente graciosas; solo queda la intención de ser una propuesta ingeniosa.

Lo mejor son un par de chistes «metacinematográficos» sobre la industria, como: “No hay tercer acto, bienvenido a Hollywood”, o la insistencia reiterada de que “Sony es dueño de los derechos de Anaconda. No vaya a ser que algún cineasta independiente pretenda hacer, por su cuenta, una buena película sobre la serpiente gigante.