
domingo 21 de diciembre de 2025
El gran diluvio (The Great Flood / Daehongsu, 2025) sigue, durante su primera mitad, los cánones clásicos del cine catástrofe: una inundación masiva azota Seúl y una madre debe sobrevivir junto a su hijo de seis años en un enorme edificio que se hunde bajo el agua. Sin embargo, pronto aparecen unos «hombres de negro», remeras con números enigmáticos y saltos temporales. Al final, el agua nos tapó a todos: tanto a los guionistas como a los espectadores.
Koo An-na (Kim Da-mi) es una científica que investiga cómo implementar emociones en la Inteligencia Artificial. Ante una hecatombe ecológica —provocada, según explican, por un meteorito que golpeó la Antártida y derritió los polos—, esta mujer se convierte en la última esperanza de la humanidad para reconstruir la especie mediante la robótica. En medio del caos, un grupo de agentes intenta capturarla mientras ella busca desesperadamente a su hijo, Ja-in (Kwon Eun-seong), escondido en algún placard entre los miles de departamentos del complejo.
En términos de argumento, la premisa funcionaba. Era un cine de catástrofe muy bien filmado, que transmitía la desesperación visceral de una madre en una situación límite. Aunque se reiteraban algunos lugares comunes —la embarazada en peligro, el rescate de un niño—, la trama planteaba con eficacia el dilema ético de salvarse solo o salvar a la comunidad. Todo bajo un realismo crudo y un par de tomas que, francamente, ponen la piel de gallina.
Pero a mitad de camino, todo se desmorona. Comienza un bucle temporal al estilo Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993), pero con aires de las versiones más complejas de Nolan en El Origen (Inception, 2010) o Interstellar (2014). El problema es que lo hace en el peor de los sentidos: un rompecabezas narrativo lleno de símbolos cifrados, traumas del pasado y giros de tuerca excesivos. Se intenta forzar una épica innecesaria para un delirio de ciencia ficción que busca darle coherencia a un verosímil que ya se había ahogado a la media hora.
El gran diluvio es una de esas películas «divertidas» de ver solo porque, cuando creés entender qué sucede, te vuelve a desconcertar. El fallo reside en que el realismo construido inicialmente se pierde en una propuesta de «todo vale», convirtiéndose más en un juego lúdico de atar cabos sueltos que en un drama humano de supervivencia. En ese cocoliche audiovisual, el director Byung-woo Kim lo apuesta todo a la artificialidad y, para ese entonces, la ola ya es imposible de surfear.








