domingo 14 de diciembre de 2025

La película Frontera (2025), dirigida por Judith Colell, se sitúa en los Pirineos de 1943 para reconstruir una red de contrabando humano marcada por el silencio, el miedo y la decisión individual. Ambientada en plena Segunda Guerra Mundial y bajo el régimen franquista, la historia sigue a Manel Grau, un funcionario de aduanas interpretado por Miki Esparbé, que comienza a ayudar a personas perseguidas por el nazismo que intentan cruzar la frontera desde la Francia ocupada. La premisa, inspirada en hechos reales, dialoga con las crisis migratorias actuales sin recurrir a subrayados explícitos.

Desde lo formal, Frontera construye su identidad a partir de un trabajo técnico consistente. La fotografía utiliza los paisajes del Pallars como un espacio narrativo que concentra amenaza y posibilidad, mientras que el diseño de producción y el vestuario sostienen una reconstrucción histórica precisa. Colell opta por una puesta contenida, distante del énfasis emocional. Esa decisión, que busca un registro sobrio, condiciona el desarrollo dramático: el film se desplaza en el terreno del thriller histórico, pero la tensión no siempre logra sostenerse. Las situaciones de riesgo aparecen atenuadas y el ritmo narrativo avanza sin urgencia, lo que reduce la implicación emocional del espectador.

El reparto coral incluye a Bruna Cusí, Maria Rodríguez Soto, Asier Etxeandia y Jordi Sánchez. Las interpretaciones funcionan de manera individual, con un trabajo sostenido en los gestos y en la contención. Esparbé construye un personaje atravesado por la contradicción entre la obediencia institucional y la memoria política. Cusí y Rodríguez Soto aportan densidad a figuras femeninas que asumen tareas de resistencia desde lo doméstico. Sin embargo, el conjunto no siempre encuentra cohesión. La dinámica entre personajes resulta irregular y algunos recorridos narrativos quedan apenas esbozados.

El guion apuesta por una estructura coral que entrecruza historias y contextos: las secuelas de la Guerra Civil española y el avance de la maquinaria nazi en Europa. Esa superposición histórica enriquece el trasfondo, pero también dispersa el foco. En momentos clave, los diálogos evidencian cierta rigidez y la resolución de algunas líneas narrativas se vuelve esquemática, afectando la progresión dramática.

Frontera encuentra su punto más sólido cuando observa los dilemas morales en escala íntima y entiende la política como una suma de gestos cotidianos. No hay héroes cerrados ni épica declarada, sino decisiones que implican costo y riesgo. El lugar otorgado a los personajes femeninos refuerza esa lectura: la resistencia aparece ligada al cuidado, al silencio y a la gestión del miedo como práctica política.

En balance, Frontera funciona como un ejercicio de memoria y como un retrato de conciencia en tiempos de autoritarismo. Su interés reside en recuperar una historia poco transitada del pasado reciente y en establecer un puente con problemáticas actuales. Las limitaciones surgen cuando la contención formal se traduce en una falta de tensión narrativa. Entre paisajes imponentes y silencios prolongados, la película propone una reflexión necesaria, aunque sin alcanzar el impacto dramático que su material histórico podría haber desarrollado.