Ángeles Castillo

Balmaseda es el pueblo de las txapelas, las típicas boinas vascas, que son signo de identidad; vaya esto por delante. También el pueblo donde trabajó de boticario el poeta León Felipe entre 1916 y 1918, por si algún entusiasta de sus versos quiere acercarse al número 13 de la calle Pío Bermejillo, donde estuvo la farmacia que regentó. Pero es que, literatura aparte, se trata de la primera villa fundada en el impresionante Señorío de Vizcaya. A ello la llevó su privilegiada situación entre la montañas y el río, como paso natural desde la meseta hacia la costa, lo que favorecía las rutas comerciales con Castilla.

Ya se habían aprovechado de su ubicación los siempre perspicaces romanos, que construyeron la calzada que unía Pisoraca, actual Herrera de Pisuerga (Palencia), con Flaviobriga, que se corresponde con Castro Urdiales (Cantabria). Por este camino transportaban los cereales desde la castellanoleonesa Tierra de Campos hasta los puertos del Cantábrico, pasando por Balmaseda. Así que Lope Sánchez de Mena, señor de Bortedo, tuvo buen ojo cuando decidió otorgarle sus fueros en 1199, que significaban privilegios jurídicos, fiscales y comerciales para sus habitantes, lo que lo elevó a centro comercial de primera.

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Todas estas cosas conviene tenerlas en mente cuando se recorre el casco antiguo de la que es la capital de la comarca de las Encartaciones (Enkarterri), cuyo trazado medieval, por cierto, permanece intacto. Son cuatro calles principales que van paralelas al río Kadagua y son cruzadas por tres cantones, donde se instalaron todos los gremios y una importante comunidad judía, para ir a parar a dos plazas. Por ellas hay que perderse para encontrar su nutrido patrimonio cultural. Como se pierden los peregrinos, que por aquí también pasa el Camino de Santiago.

Qué puedes ver en Balmaseda

Empezando por el majestuoso puente viejo, puerta del desaparecido recinto amurallado, donde hubo que pagar el derecho de pontazgo para el paso de mercancías y personas. Hoy, todo un emblema, con tres arcos románicos y rematado por un torreón de factura gótica. Y siguiendo por dos hermosas iglesias, que son la de San Severino, del siglo XIV y con vidrieras medievales, y la de San Juan (XV), que alberga el Museo de Historia de la Villa, es de estilo clasicista con torre del reloj barroca y se alza junto al río. Para acabar en los palacios de Urrutia y Horcasitas, ambos del XVII.


La iglesia de San Juan está junto al río Kadagua, que discurre por Burgos y Vizcaya.


TURISMO BALMASEDA


O en el conjunto conventual de Santa Clara, de la misma época, cuyos edificios estuvieron habitados por monjas clarisas de clausura de 1666 a 1983 y actualmente tienen distintos usos. La iglesia, que conserva uno de los órganos más antiguos de la provincia (1777) y está desacralizada, es el Centro de Interpretación de la Pasión Viviente; las cuadras, el refectorio y el huerto, un hotel con encanto (Hotel San Roque), y la Preceptoría de Gramática, una vivienda.

Una fábrica famosa por las txapelas

No se puede uno ir de aquí sin visitar antes el museo La Encartada, una fábrica textil del siglo XIX, a unos dos kilómetros del centro, que se conserva tal cual y que fue puesta en marcha por el indiano Marcos Arena Bermejillo con el fin de elaborar género de punto de lana. Estuvo en funcionamiento hasta 1993 y se hizo famosa por sus txapelas. Puestos a salir del casco urbano, hay que conquistar la cumbre del Kolitza (879 m), que es uno de los cinco montes bocineros de Vizcaya. Los otros son el Oiz, el Gorbeia, el Sollube y el Ganekogorta. Desde todos ellos se llamó durante siglos a las Juntas Generales mediante hogueras y toques de corneta (bocinas).

El Kolitza, el pico más icónico de Enkarterri, no solo ofrece una panorámica impresionante sobre Balmaseda y los valles que la rodean, sino que está coronado por la ermita románica de San Sebastián y San Roque (XII). Para subir, lo mejor es coger la ruta que sale desde detrás del ayuntamiento, un austero palacio barroco, hacia el barrio de Pandozales y caminar a lo largo de seis kilómetros y medio por un más que bonito entorno.


El puente viejo con su torreón es el emblema de este pueblo vasco.


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Contábamos que las txapelas han hecho historia, y lo mismo puede decirse de las putxeras, casi un juego de palabras. Referidas estas últimas al cocido de alubias elaborado tal y como lo hacían los antiguos maquinistas del ferrocarril de La Robla, que enlazaba este enclave de León con Bilbao. Como si fuera el marmitako (comida típica de los marineros del Cantábrico) de los trenes. El ferrocarril fue, dicho sea de paso, lo que le dio nuevos bríos a la villa a principios del siglo pasado después de que sucesivas guerras hicieran mella en su población y su fortuna.

Volviendo a las putxeras, es un guiso tan balmasedano que tiene hasta su propio concurso, durante las fiestas de San Severino, con las que solo pueden competir en popularidad las procesiones de Semana Santa, especialmente la Pasión Viviente, además del mercado medieval, que es por mayo, protagonizados ambos por los propios vecinos, muy metidos en su papel.

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