
En Sueños de trenes (Train Dreams, 2025)), Clint Bentley aborda la historia de Robert Grainer (Joel Edgerton), un trabajador rural que recorre los Estados Unidos a comienzos del siglo XX, moviéndose entre empleos temporarios, distancias que moldean afectos y un país que se expande sobre la fuerza de quienes construyen su infraestructura. La película, escrita junto a Greg Kwedar, retoma la novela de Denis Johnson y la despliega como un trayecto donde trabajo, paisaje y memoria se superponen sin jerarquías.
Las obras ferroviarias atraviesan el film más allá de su función escénica. Ese sistema técnico organiza la vida de los obreros y, al mismo tiempo, los despoja de cualquier control sobre su destino. La lectura remite a Metrópolis (Fritz Lang, 1927), donde la maquinaria avanzaba como una entidad que absorbía a quienes la sostenían. Aquí, el tren se convierte en una fuerza que impulsa un país en transformación mientras expone la fragilidad de sus protagonistas.
La narración en off de Will Patton ofrece un acceso lateral a la intimidad de Grainer. Su voz actúa como mediación entre el desconcierto del personaje y el espectador, con un tono que recuerda la estructura omnisciente de la novela. No interpreta ni sentencia; habilita zonas de lectura sin resolver el enigma de las decisiones finales del protagonista.
En la vida nómada de Grainer aparecen figuras que lo acompañan por tramos: Arn Peeples (William H. Macy), trabajador especializado en explosivos, y Claire Thompson (Kerry Condon), guardabosques que introduce una mirada integral sobre el territorio. Su relación se asienta en la observación, el intercambio y una forma de respeto que nunca rompe la distancia profesional. Claire percibe en Grainer algo que el resto comenta, pero cuyo origen desconoce: la pérdida de su esposa Gladys (Felicity Jones) y su hija en un incendio forestal.
Antes de la tragedia, la dinámica con Gladys se funda en una cotidianeidad frágil pero sostenida. Ella impulsa el encuentro, él incorpora la posibilidad de un vínculo en medio de desplazamientos constantes. Ese equilibrio se quiebra con el incendio: el suceso estructura el modo en que Grainer se relaciona con el mundo y explica su repliegue emocional.
La película modifica un punto clave del libro: en la novela, Grainer participa del asesinato de un obrero chino; en la adaptación, la escena sugiere que fue testigo. La culpa —sea por acción o por omisión— se vuelve una presencia constante que adquiere forma espectral. No opera como efecto sobrenatural sino como traducción simbólica, similar al desdoblamiento moral en “William Wilson”, de Edgar Allan Poe.
Bentley utiliza sueños, imágenes mentales y fragmentos de memoria para articular esta dimensión. La culpa conecta a Grainer con un país que se edifica sobre restos: árboles talados, tierras quemadas, vidas que el progreso deja atrás. Su historia personal se integra así a un mapa nacional donde la expansión económica convive con el olvido de quienes la hicieron posible.
La mirada de Denis Johnson —autor de Train Dreams y figura central de la narrativa contemporánea estadounidense— atraviesa la película. Su obra suele situarse en los bordes del sueño americano, con personajes que transitan espacios periféricos y existencias suspendidas. Johnson, finalista del Pulitzer y ganador de premios como el National Book Award, ya había llegado al cine con Jesus’ Son (1999) y Stars at Noon, adaptada por Claire Denis (2022).
Bentley y Kwedar trasladan ese espíritu con una puesta que privilegia la observación y la presencia del territorio como fuerza determinante. La película dialoga con tradiciones que abordan el paisaje como estructura emocional, desde cierta espiritualidad terrenal de Terrence Malick hasta la mirada deísta de Hamnet (Chloé Zhao, 2025).
Sin ofrecer redención, Sueños de trenes inscribe a Grainer en un movimiento mayor. Los trenes que atraviesan su vida condensan su identidad laboral, sus pérdidas y la culpa que lo persigue. Ese sueño que se repite noche tras noche quizás no sea un anhelo, sino el único elemento capaz de mantenerlo en marcha dentro de un país que avanza sobre su propio pasado.








