Ángeles Castillo

El Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, en Girona, ya es de por sí una maravilla de la naturaleza, pero al llegar a Castellfollit de la Roca hay que abrir los ojos todavía más para cerciorarse de que es real. Lo que su contemplación provoca es un asombro parecido al que despierta el Tajo de Ronda, con su profundidad vertiginosa de 150 metros, que alabó hasta el mismísimo Rilke, el poeta, en una carta a Rodin, el escultor. O sea, palabras mayores.

Esto no es un pueblo blanco de los muchos que alumbran Andalucía, como la citada ciudad malagueña, Vejer de la Frontera o Frigiliana, sino de piedra volcánica, que a la manera de una vieja cabaña asoma sobre los frondosos bosques que lo arropan, integrándose en el paisaje a la perfección. El éxtasis contemplativo, y no es hipérbole, sucede porque esta villa medieval se asienta sobre un riscal basáltico de 50 metros de altura, formado por dos coladas de lava superpuestas, estirándose hasta sus límites.

TAMBIÉN TE INTERESA

Sus calles solo podían ser estrechas. Y el pueblo entero, con estas hechuras, se antoja un balcón por el que asomarse a los valles de los ríos Fluvià, al norte, y Toronell, al sur, que son los responsables de ejercer la acción erosiva sobre restos volcánicos de hace miles de años. Mirándolo en su linealidad, destaca el campanario de la iglesia de Sant Salvador y el reloj de la torre de Sant Roc, de 1925, que marca las horas, presuponemos lentas, de este pueblo diminuto, de menos de un kilómetro cuadrado y en torno a mil habitantes. Sin duda, un destino slow, una oda a la vida tranquila.

Una iglesia como sala de exposiciones

De la iglesia digamos que tiene su origen en el siglo XIII, aunque fue objeto de distintas remodelaciones a lo largo de los años, la última tras la guerra civil española, cuando quedó prácticamente destruida. También vivió un terremoto en el siglo XV. Conserva, eso sí, una ventana románica. Sin embargo, no oficia como templo, sino como centro cultural y sala de exposiciones. Se encuentra en uno de los extremos, al borde del precipicio, como todo el pueblo, pero justo donde la panorámica es más espectacular.


Así está integrado Castellfollit de la Roca en el paisaje de la Garrotxa.


PIXABAY/CHRISTEL SAGNIEZ


Junto a ella se ubica, precisamente, el mirador que lleva el nombre de Josep Pla y desde el que se divisan los montes, los valles y, en especial, las formaciones volcánicas que dan su acentuada personalidad a esta comarca. Asimismo, para ver el pueblo en toda su plenitud hay que situarse abajo, en la pasarela de madera sobre el Fluviá. Al cruzarla se puede tomar un camino que va junto a los huertos, atraviesa el Turonell y sube hasta la iglesia.

Un museo para el embutido y otros atractivos

A principios del siglo XX, al pueblo se le decía simplemente Castellfollit, pero se le terminó añadiendo el apellido De la Roca para diferenciarlo de otros dos que hay en Cataluña, el de Riubregós y el del Boix, ambos en Barcelona. Muy cerca, por fortuna, está Besalú, con su puente majestuoso y sus baños rituales; Santa Pau, con castillo y una magnífica plaza porticada, o Sant Joan les Fonts, también con puente medieval y el Molí Fondo, un antiguo molino papelero.

Aunque, a decir verdad, Castefollit es único. En tiempos, como puede imaginarse, lució murallas, y eso que su alturas y sus paredes verticales ya lo convertían, en cierto modo, en inexpugnable. La visita al pueblo tiene su vertiente gastronómica, porque alberga un Museo del Embutido, donde se explica la historia de esta particular forma de conservar la carne, que aquí asciende a la categoría de patrimonio, a través de fotografías, maquinaria antigua, utensilios y herramientas. Para redondear la visita, dispone de punto de venta y degustación.


El impresionante volcán de Santa Margarida con la ermita en el centro.


WIKIPEDIA/CARQUINYOL


Y si esto era hasta cierto punto esperable, no así el sorprendente e inaudito Museo de Vietnam, una colección privada que incluye todo tipo de objetos relacionados con la guerra homónima, una de las más sangrientas de la historia, que tuvo lugar en el país del sudeste asiático entre los años 1955-1975. Consta de seis salas donde se pueden ver uniformes utilizados durante el conflicto, banderas, fotografías de los propios soldados o documentos personales como cartas.

La visita a Castellfollit ha de proseguir, sin lugar a dudas, en el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, donde se hallan hasta cuarenta conos volcánicos y más de veinte coladas de lava, con itinerarios diversos para adentrarse en sus rincones de mayor interés. De todos los volcanes, el más conocido es el de Santa Margarida, en la carretera que une Olot con Santa Pau. Del aparcamiento salen distintas rutas de senderismo. Una de ellas sube al volcán y continúa hacia la Fageda d’en Jordà, un precioso bosque de hayas , y el volcán del Croscat. Lo más llamativo es que dentro del cráter circular está la ermita románica de Santa Margarida de Sacot.

NO TE PIERDAS