En esta sociedad tan competitiva, ser perfeccionista se lleva casi como si fuera una medalla, un sinónimo de compromiso. Pero lo cierto es que detrás de esa aparente virtud se esconde una trampa: el perfeccionismo suele bloquear más de lo que impulsa. Lejos de mejorar resultados, genera ansiedad, miedo al error y bloqueo, ya que buscar siempre lo impecable suele conducir al agotamiento y la frustración.
Eso es lo que piensa la psiquiatra Marian Rojas Estapé, y así lo defiende en sus redes sociales. «El perfeccionismo no es orden, es miedo disfrazado de control«, asegura la experta. No, por mucho que te engañes, la perfección no siempre es perfecta, y comprender todo lo que puede generarte es el primer paso para deshacerte de este lastre.
Qué opina Marian Rojas Estapé del perfeccionismo
Parece que hoy en día no se permite fallar, lo que lleva a muchas personas a autoexigirse un perfeccionismo constante. Pero, según asegura Rojas, cuando esto «se convierte en una forma de vida, puede llevarnos a somatizar y a enfermar«. Bloqueo, incapacidad para acabar las cosas (ya que nunca están lo suficientemente perfectas), ansiedad… son muchas las consecuencias de querer abarcarlo todo.
Según explica la experta, vivir con la presión de hacerlo todo perfecto activa el sistema de alerta del cerebro. «El perfeccionista es un gran segregador de cortisol, y sufre por dentro lo que no se permite mostrar por fuera«. Es por eso que esta foram de vida tiene tanto consecuencias físicas, en forma de »contracturas, insomnio, migrañas y trastornos digestivos«, como mentales.
¿Y cómo acabamos con esta autoexigencia tan dañina? Marian te anima a «sustituir el ‘tengo que hacerlo todo bien’ por un ‘lo hago lo mejor que puedo’«. Todos tenemos derecho a fallar, a equivocarnos y aprender es una parte más del camino de la vida. »El perfeccionista suele tener dificultades para delegar, para relajarse, para disfrutar del proceso«, dice la experta, y si dejas de disfrutar del viaje, dejas de disfrutar de la vida.
Consecuencias de ser demasiado perfeccionista
Ya ves que ser perfeccionistas no es una virtud, precisamente. Cuando esa exigencia se vuelve excesiva, las consecuencias pueden ser todo lo contrario a lo que se busca. El perfeccionismo extremo no solo paraliza, sino que genera una constante sensación de insatisfacción: nada alcanza el nivel esperado y cualquier pequeño error se vive como un fracaso. ¿El resultado? Procrastinación, frustración y una eterna sensación de no ser suficiente.
Esa presión interna también pasa factura a la salud mental. La autoexigencia desmedida suele venir acompañada de ansiedad, estrés crónico y un diálogo interno muy duro. Las personas perfeccionistas rara vez se permiten descansar o celebrar logros, y viven con el temor constante de fallar. Con el tiempo, este desgaste emocional puede abrir la puerta a cuadros de agotamiento e incluso a la depresión, si no se frena a tiempo.
En el trabajo o los estudios, el perfeccionismo puede disfrazarse de compromiso, pero muchas veces juega en contra. Atrapadas en los detalles y con miedo a equivocarse, estas personas suelen avanzar más lento, evitar desafíos nuevos y negarse a delegar. Todo debe pasar por su filtro. Pero esa obsesión por lo impecable no siempre se traduce en mejores resultados, y sí en más presión y agotamiento.
Y en la vida personal, el panorama no mejora mucho. Quien se exige demasiado, suele exigir también a los demás. Las expectativas se disparan y cualquier fallo ajeno se percibe como decepción. Esto complica las relaciones, dificulta la espontaneidad y hace que no disfrutes de nada ni de nadie. Aprender a convivir con lo imperfecto no es conformismo: es salud emocional, y también un acto de liberación.