
Jim Jarmusch es un cineasta al que muchos espectadores le debemos una forma de mirar el mundo. En 2017, con Paterson, enseñó que el cine podía narrar lo cotidiano, encontrar belleza en los gestos mínimos y convertir los silencios en lenguaje. Con Padre Madre Hermana Hermano (Father Mother Sister Brother, 2025), retoma esa sensibilidad y la transforma en una meditación sobre la familia, los vínculos y la permanencia de la memoria.
La película se construye como una antología de tres relatos: Padre, Madre y Hermana Hermano. Cada uno observa, desde distintos ángulos, el modo en que los afectos sobreviven al tiempo y a la distancia.
En la primera historia, Tom Waits encarna a un padre alcohólico que recibe la visita de sus hijos, Adam Driver y Mayim Bialik. Entre silencios, conversaciones torpes y confesiones suspendidas, se revela la imposibilidad de entender del todo a quienes nos dieron la vida.
Jarmusch filma esos encuentros con un humor seco y pausado, donde cada gesto cotidiano se vuelve revelador. En ese retrato de los hijos que buscan aprobación y del padre que ya no tiene respuestas, el cineasta capta la esencia de la herencia emocional: amar sin comprender.
La segunda historia transcurre en Dublín. Charlotte Rampling interpreta a una madre que recibe a sus dos hijas, Cate Blanchett y Vicky Krieps, para su tradicional té anual. Las conversaciones, aparentemente triviales, esconden competencia, resentimiento y afecto.
Entre risas y observaciones sobre la vejez, Jarmusch revela la fragilidad de los vínculos y la persistencia del cariño. La cámara se posa sobre los gestos más simples —un roce de manos, una mirada sostenida— para exponer lo que las palabras callan.
En la tercera historia, dos gemelos (Indya Moore y Luka Sabbat) regresan al departamento vacío de sus padres fallecidos. Revisan objetos, dibujos de infancia, fotografías, buscando rastros de una vida que ya no está.
La secuencia es un ejercicio de memoria pura. Jarmusch convierte el espacio doméstico en un archivo de emociones. Cada objeto guarda un fragmento del pasado, y cada plano parece contener un recuerdo compartido.
Padre Madre Hermana Hermano se sostiene en la sencillez formal. Jarmusch filma con distancia justa, sin dramatismos, confiando en la fuerza de la observación. En esa economía de gestos se esconde su grandeza: narrar sin imponer, mirar sin juzgar.
Su cine sigue siendo una invitación a detener el tiempo. A mirar la vida de cerca, en su escala mínima. Lo que parecía un conjunto de pequeñas viñetas termina configurando un mosaico universal sobre la pertenencia y la pérdida.