Modelo de “modernización” desde arriba, el Irán de Reza Pahlevi se constituyó en un eje de la estrategia norteamericana en Oriente Medio para la contención del comunismo. Otro caso de “aliado de la democracia” y de la libertad de puertas afuera. Solo un régimen reaccionario por donde se lo mire, como el de los ayatolás, hizo olvidar lo que no debería ser olvidado: la dictadura del sha derrocado por la revolución iraní era de las más sanguinarias. No debe ser olvidado porque, por estos días, su hijo, aparentemente con aval de Donald Trump, habla de recuperar lo que nunca hubo en ese hermoso país de cultura milenaria: democracia y libertad.

La revolución llegó a un país que había transitado rápidamente el camino hacia un capitalismo de tamaño nada despreciable, partiendo de un fondo de tradicionalismo que encubría la emergencia de una pequeña y mediana industria nativas. Sobre ese marco, la expansión acelerada que produce el boom petrolero. Una riqueza que estimula no solo la fortuna de la casa real y un reducido núcleo de grandes burgueses, sino una tendencia a la expropiación de esos pequeños y medianos capitales independientes, que aquí llamaríamos “pymes” y allí “bazar”. Por su parte, una clase obrera muy activa y orientada hacia la izquierda, da la nota en la lucha contra la dictadura. Las contradicciones de esta modernización excluyente, es decir, un desarrollo capitalista basado en la renta petrolera, la expropiación de pymes y tasas de explotación muy elevadas crean las tensiones que van a chocar en 1979 y van a resultar en la caída del régimen.

Dos direcciones tenían esas masas: la del bazar, por un lado, la del comunismo, por el otro. La primera, una especie de peronismo desde abajo, un reclamo de tipo nacionalista pequeño-burgués que exhibía los intereses de su dirección pyme. Por el otro, minoritario, un incipiente proceso de acción independiente de clase de los obreros iraníes. El régimen de los ayatolás se impone, simultáneamente, al sha y su soporte internacional, y a los obreros comunistas, víctimas de una represión generalizada a pesar de (y tal vez por) haber apoyado al nuevo gobierno.

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Si adopta una ideología religiosa es porque ella expresa una alianza de clases donde las masas son subordinadas a esta “burguesía pyme”. El nuevo régimen, más allá de las diferencias superficiales, es decir ideológicas, constituye la realidad de un sueño largamente acariciado por el peronismo nacionalista radical, que espera eternamente la llegada de la burguesía nacional. Eso es la revolución iraní despojada de su halo místico.

Las posibilidades de esta burguesía se limitan al control de la principal riqueza del país: el petróleo. A partir de allí, juega a constituirse en potencia regional en un espacio caracterizado por la fragmentación y la debilidad estatal de países de escasas dimensiones (Siria, Líbano), de naciones fallidas (los palestinos y los kurdos, entre los más conocidos), de Estados fallidos (Afganistán, Irak), de grandes naciones con las mismas pretensiones (Turquía, Paquistán), de dictaduras similares a la del sha (Arabia y el resto de los países petroleros de la Península Arábiga) y por la presencia del imperialismo norteamericano (Israel) por un lado y de la Rusia de Putin por otro. Un polvorín.

No le va mal en un comienzo, diríamos que hasta la “victoria” sobre Irak. Su influencia se extiende con la estrategia de “exportar la revolución”. La guerra al Estado israelí intenta recoger un tema muy popular en un mundo, el árabe, al que los iraníes, que son persas, no pertenecen, y en un ámbito, el de la religión, en el que son minoría: los iraníes son chiitas, en un teatro mayoritariamente sunita. A pesar de esto, Irán tendrá sus propios brazos armados en el exterior, un “éxito” que demuestra lo poco importante que es lo étnico y lo religioso en todo este asunto. A esta estrategia, el régimen persa busca sumar, a la Kim II-sung: tengo una bomba y la voy a usar. Siempre asediado por los EE.UU., militar y económicamente, Irán encuentra en China, en los últimos años, un soporte inesperado de estas pretensiones desmedidas. Precisamente, la misma China que juega un papel tan relevante a favor de Rusia y que, en las ilusiones del régimen de Teherán, podría hacerlo también para la nación persa, resultó ser un salvavidas de plomo, en el tránsito de Obama a Trump.

La aparición de China en el escenario internacional cambia radicalmente el panorama y señala la multipolaridad como norma. No se entiende la guerra Irán-Israel si no se comprende esto: para la administración Trump, al revés que para los demócratas, el enemigo es China. Esa China que, con la ruta de la seda, amenaza, silenciosamente, con construir una hegemonía económica en toda la región. Un camino que incluye a Arabia Saudita y otros países del Golfo Pérsico, y a Irán, atados por la dependencia que significa el gigantesco poder de compra de una economía que devora incansablemente la mayoría del petróleo que sale por el hoy famoso Estrecho de Ormuz. Por eso, Trump negocia con Putin: Ucrania es tuya, no te metas entre Xi Jinping y yo. A diferencia del trato que tiene con Zelenski, actúa en consonancia con Netanyahu y bombardea Irán, un “enemigo” debilitado por la destrucción de Hamas y otros aliados por el estilo, y corroído internamente por una crisis social que todavía no se expresa políticamente con la crudeza que es de esperar. Todo eso sin que el uranio enriquecido iraní aparezca por ningún lado. Lo que Trump busca es otra cosa: expulsar a China, creando un trípode en el que reasentar la hegemonía yanqui, con la alianza entre el régimen saudí e Israel, a la que sumar un Irán posayatolás.

A diferencia de otras épocas, en las que jugaba a todo o nada, EE.UU. apuesta ahora a negociar zonas de influencia, reconociendo el fin de la OTAN, abandonando Europa, aceptando la expansión de la influencia rusa y la imposibilidad de someter a China mediante expedientes sencillos. Visto desde esta perspectiva, la tan alardeada victoria sobre el “terrorismo internacional” y el oscurantismo en nombre de los “valores occidentales” suena más bien a las migajas de una cena que otros se preparan a degustar.

*Vía Socialista.