Ya está aquí el verano. Este mismo sábado 21 de junio cuando sean las 4:42 de la mañana, una hora tan pelicular y que nos remite a la popular banda del dominicano Juan Luis Guerra, la primavera ha dado paso a la estación vacacional por excelencia en el hemisferio norte. Y entonces quedará inaugurada oficialmente la temporada del sol, el mar y el cielo azul. Es el solsticio de verano, el momento de empezar la cosecha según la tradición. Y también el más relacionado en nuestra cultura con la sexualidad y la fertilidad.
Este solsticio, que abre tantas puertas en todos los sentidos, tiene mucho de rito de paso en cuanto a regeneración. Así pues, hay que estar atento a cómo nos afecta. Nadie lo ha contado como el sabio Julio Caro Baroja en La estación del amor. Fiestas populares de mayo y San Juan (Taurus). Verano quiere decir cambio, con el sol en su apogeo como astro rey, dando alas al crecimiento personal, el cumplimiento de sueños y, por fin, a la conexión con nosotros mismos y la Pachamama, la Madre Tierra para los andinos. Es la hora de la renovación y el optimismo. De recargar las pilas con la energía solar, renovable además.
Nuestros cuerpos, presas del sofocante calor, ya han cambiado previamente de estación, pero lo cierto es que la nueva, la más larga del año, comienza justamente hoy, tal y como indica el Observatorio Astronómico Nacional. Ya nos hemos puesto en clave verano, tenemos hechos los planes y puede que hasta cambiado gimnasio por piscina o flanes por helado, mientras gira a mil revoluciones el ventilador.
Cómo empezar el verano con buen pie
Entre esa planificación veraniega, de paseo marítimo, chiringuitos, espectáculos y festivales, probablemente esté algo que nos influye enormemente por lo que tiene de contemplación y de emoción: la observación astronómica. Ahora casi todo sucede bajo las estrellas. Porque, con el verano, el cielo se convierte en un auténtico escenario y es más que probable que, ahora sí, nos pille junto al mar o en medio de la apabullante naturaleza.
Mirar al cielo, hay que subrayarlo, tiene efectos muy positivos sobre nuestro bienestar emocional. Contribuye a que nos sintamos parte de un todo. Como nos decía Gilles Bergond, astrónomo del Observatorio de Calar Alto (Almería), a propósito de la reciente alineación de los planetas: «El cielo es un espectáculo cada noche. Perdemos la mitad de nuestra vida porque estamos todos enganchados a las series. Estamos perdiendo esta relación íntima que teníamos con el cielo. Nuestros antepasados eran observadores excepcionales». Pues bien, lo que vienen son lluvias de meteoros: las deltas acuáridas, el 31 de julio, y las famosas perseidas, o lágrimas de San Lorenzo, en torno a su festividad, el 10 de agosto.
Stonehenge, en Inglaterra, el mejor lugar para recibir el solsticio de verano.
PEXELS/STEPHEN AND ALICIA

Más allá de estas estrellas fugaces, el solsticio de verano apela al culto al sol, a lo purificador del fuego, algo que queda patente en la noche de San Juan, aunque no coincidan exactamente. El primero precede a la segunda, prolongando en cierto modo el sentimiento de magia y celebración. Se trata de recibir toda su energía positiva y de reclamar la infinitud y la paz del horizonte.
Se ve claramente en Stonehenge, ese monumento megalítico, datado entre el 3100 a.C. y el 2000 a.C., que se alza cerca de Amesbury, en el condado de Wiltshire (Inglaterra). Debió de utilizarse en tiempos como observatorio astronómico para predecir las estaciones pues, precisamente en el solsticio de verano, el sol sale atravesando el eje de construcción, alineándose el amanecer con sus piedras erguidas. Por eso, está considerado un lugar sagrado para esta celebración, el mejor para los rituales.
Cómo nos afecta el solsticio de verano
En España también hay rincones propicios para este ceremonial. Es el caso del dolmen del prado de Lácara, en La Nava de Santiago (Badajoz), que se halla en medio de la típica dehesa de encinas y es uno de los dólmenes de corredor más espectaculares de la península ibérica. Extremadura está cuajada de ellos, lugares sacros para muchos y, por tanto, idóneos para recibir el verano, además en un cielo abierto y limpio.
Hay algo en nosotros que cambia, eso está claro. El cielo lo hace, nosotros también. Estamos más expuestos a la luz y menos a la oscuridad, con todo lo que eso supone. En Madrid, por poner un caso, el orto será a las 6:45 y el ocaso a las 21:49, por seguir las etimología latinas de nacer y morir, lo cual da como resultado más de quince horas de luz solar. Y más luz solar significa mejora del estado de ánimo. Con ella llegan las ganas de intemperie, de bañarse y chapotear, y de hacer lo que no pudimos durante el curso. Estamos más abiertos, por decirlo así, a la vida.
Este es el paraje extremeño donde está el mágico dolmen de Lácara.
TURISMO DE EXTREMADURA

Por contra, el calor nos consume, nos quita fuerzas, pero, muchas veces, más en clave de siesta, de galbana, que de apatía. Aunque, como nos apuntan los psicólogos, la presión de las expectativas personales y sociales está ahí, por lo que habrá que tener cuidado para no dejarse arrastrar por una agenda o lista de deseos agotadora. Más bien, buscar el equilibrio, siempre favoreciendo el cuidado personal, la introspección y el descanso. Será la mejor manera de afrontar el nuevo curso. Una energía la de este solsticio, muy relacionada además con la tierra, los campos y la fertilidad -luego con lo femenino-, que puede aprovecharse para el futuro.
Desde el Observatorio Astronómico Nacional nos recuerdan que «el inicio del verano en el hemisferio norte está definido por el instante en que la Tierra pasa por el punto de su órbita desde el cual el Sol presenta su máxima declinación norte. El día en que esto sucede, el Sol alcanza su mayor elevación sobre el horizonte al mediodía y describe en el cielo el arco más largo. Como resultado, ese es el día con más horas de Sol del año. Además, durante varios días, la altura máxima del Sol al mediodía parece no cambiar, y debido a ello, al comienzo del verano también se le llama solsticio de verano (del latín solstitium, sol quieto)». Después nos traen a la memoria que el comienzo del verano en el hemisferio norte coincide con el comienzo del invierno en el hemisferio sur.