Arriba de nuestra cabeza flota una nube de basura. Sí, arriba nuestro, en el cielo. Según un informe publicado por la Agencia rusa Roscosmos, en el espacio navegan sin rumbo unos 18.000 objetos de más de 10 centímetros, 750.000 partículas de apenas un centímetro, y 150 millones de fragmentos que miden menos aún. Y todo eso no sirve para nada, pero da vueltas alrededor del planeta. 
Desde un tornillo, hasta una antena rota, la Tierra está envuelta por varios anillos de basura cósmica que circulan en franjas que oscilan entre los 250 y los 5.000 kilómetros de altura

Esa chatarra espacial suma alrededor de 7.200 toneladas y pone en riesgo el funcionamiento de 1.700 satélites porque, debido a la inercia y la velocidad de 8 kilómetros por segundo con la que circula, incluso una partícula chiquita puede dañar a un telescopio o cualquier nave. De hecho, son el mayor enemigo de la Estación Espacial Internacional (EEI), que se ubica a 400 kilómetros de distancia y muchas veces debe cambiar su posición para que no la choquen. 

Una piecita de medio milímetro podría perforar la escafandra del astronauta que repara una radio fuera de la nave espacial 

“Una astilla de dos centímetros puede destruir por completo un aparato espacial. Incluso si un granito de arena chocara contra una nave tripulada, se produciría una despresurización y los cosmonautas morirían”, explicó Alexander Zhelezniakov, investigador de la Academia Cosmonáutica de Rusia K.E. Tsiolkovski, a Russia Beyond the Headlines.
Recién en la década del 90, Rusia y Estados Unidos comenzaron a preocuparse por este tema. Elaboraron un informe conjunto y concluyeron que la cantidad de basura espacial pasaría a ser crítica cuando los desechos empezaran a auto-reproducirse. Es decir, como muestra Cielo de medianoche, la reciente producción de George Clooney en Netflix, cuando las partículas choquen entre sí y a su vez vuelvan a fragmentarse. 
 “Actualmente nos encontramos en un nivel que podríamos definir como cercano al punto crítico”, explicaba a la publicación Rossíiskaia Gazeta Yuri Záitsev, jefe del departamento del Instituto de Investigaciones Espaciales de la Academia de Ciencias de Rusia. Fue en 2015; cinco años más tarde no hay grandes avances.
Se monitorean con radares y sistemas Laser para determinar en qué punto de su órbita se encuentran y a veces, incluso se pueden redirigir, pero no siempre se puede lidiar con tantos descartables y terminan gastándose millones de euros en correr satélites y, a veces, la colisión inminente termina siendo una falsa alarma o un error de cálculo.
Científicos del Laboratorio de Astrofísica Computacional Rilken de Japón diseñaron un cañón láser que dispara contra las partículas peligrosas, hasta 100 km de distancia y luego redirecciona los desechos hacia la Tierra, para que ingresen a la atmósfera y se desintegren al incendiarse. 
En simultáneo, desde la cima del monte Teide, a 2.400 metros de altura, en la Estación Óptica Terrestre sobre la Isla de Tenerife, la Agencia Espacial Europea (European Space Agency, ESA) está probando un telescopio que arroja un rayo láser similar al japonés. 
En paralelo, Australia financió un proyecto mixto, público-privado- para desarrollar estos cañones láser limpiadores de basura. EE.UU. y China los imitaron. 

Al centro de Investigación Langley de la NASA se le ocurrió que si aumentaba el tamaño de los paneles solares para generar luz láser de alta potencia, se podría “barrer” como una pala el polvo cósmico inútil. 

En 2025, Rusia prevé disponer de un satélite-basurero que se llamará Likvidator.
ESA contabilizó que cada año se producen 40 impactos de escombros espaciales contra la Tierra, en alguna parte del mundo. 
Y sin salir de casa, cada vez que una nave espacial es propulsada al espacio, va desgajándose como una odalisca de lo que ya no le sirve. Muy cerca –y no tanto- de los centros de lanzamiento de Rusia y Estados Unidos, hallaron trozos inmensos de los cohetes que ya se fueron (ver video de Deutsche Welle en esta nota). El sol desestabiliza a Skylab y sus desechos caen a la Tierra. 

El 11 de julio de 1979, una vaca murió en el oeste de Australia por la basura espacial que le cayó encima

Hace un año, Ígor Usovik, a cargo del Laboratorio Tsniimash, también de Roscosmos, predijo que en 2030 la basura espacial dispersa en la órbita terrestre se duplicaría.
“Según nuestros pronósticos, dentro de 200 ó 300 años no se podrán lanzar aparatos espaciales porque la basura formará unos anillos alrededor de la Tierra semejantes a los anillos de Saturno. Sencillamente, la Tierra quedará rodeada de estas partículas diminutas. No descartamos que esto conlleve cambios climáticos profundos”, advirtió a la prensa Andréy Nazárenko, jefe del Centro Científico Tecnológico KOSMONIT, de la Agencia Espacial rusa Roscosmos y autor del libro Modelación de la basura espacial . 

En octubre de 2018 el bienintencionado artista plástico holandés Daan Roosegaarde presentó, con el apoyo de ESA y el asesoramiento de la NASA, un Laboratorio de Basura Espacial para buscar la forma de convertir estos desechos en productos sustentables. Iluminó el cielo de la ciudad de Almere, a 30 minutos de Amsterdam, con luces LED de alta densidad para señalar la basura espacial situada entre 200 y 20.000 kilómetros arriba nuestro. 
Mucha tecnología está en desarrollo para darle un destino a toda la basura que ni siquiera podríamos esconder debajo de la alfombra. Mientras tanto el basurero planetario sigue creciendo, a la par del peligro que lo escolta.