Ángeles Castillo

Tarazona está que se sale. Y ahora nos referimos concretamente al mapa, porque se halla en Zaragoza, a 86 kilómetros de la ciudad, pero casi acariciando las lindes de Navarra, La Rioja y Castilla y León. Ya fue frontera en tiempos históricos de los reinos de Castilla, Navarra y Aragón. Y todo ello se nota en su envergadura monumental, que es de primera. Por decirlo de otro modo, tiene muchísimo que contar y enseñar. Dista de Madrid unas tres horas.

En una clave mucho más popular, es cuna de Raquel Meller, que cantó todos los cuplés, en realidad Francisca Romana Marqués López (1882-1962), y de Paco Martínez Soria (1902-1982), el cómico estrella de la España tardofranquista, aquel de las sesenteras La ciudad no es para mí o El turismo es un gran invento, ambas de Pedro Lazaga. Viejos y añejos tiempos.

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A los que nos vamos a referir, sin embargo, son otros tiempos. No tan lejanos como aquellos que fueron testigos de su fundación como municipium romano, Turiaso, en plena gloria de Augusto, sino estos otros que hicieron de Tarazona una de las ciudades más bellas de Aragón. Esa ciudad en la que la catedral de Santa María de Huerta, como gran templo gótico, se lleva de maravilla con el amplio legado mudéjar y renacentista, incluso dentro de ella misma, sin olvidar la judería.

Porque hay que decir que, al igual que Toledo, es una ciudad de las tres culturas, que convivieron pacíficamente durante siglos. Así la retrató nuestro ilustre romántico Gustavo Adolfo Bécquer, quien en sus Cartas desde mi celda (1864) alabó su «carácter original y artístico», en el que «hay momentos en que se cree uno transportado a Toledo, la ciudad histórica por excelencia». Al parecer, el poeta se hospedó en la calle de las Posadas.


Las calles estrechas y empedradas del barrio medieval del Cinto.


TURISMO TARAZONA


Hay Renacimiento en la fachada de la casa consistorial, levantada en el siglo XVI en la plaza Mayor (o del Mercado) con funciones de lonja. Hay ingenio arquitectónico en las casas colgadas, en el barrio del Cinto, llamado así porque quedaba encintado por la muralla, de la que aún se ven lienzos, puertas de acceso y torreones. Como pasa en La Vilella Baixa, el llamado Nueva York del Priorat. Hay edificios religiosos y civiles dignos de admiración, caso de la iglesia de Santa María Magdalena, el templo más antiguo, con su característica torre románico-mudéjar. Y llegó a haber ocho conventos, de los que se salvaron siete, aunque ninguna como tal.

Qué puedes ver en Tarazona

También hay calles estrechas y empedradas en el casco antiguo, en lo alto, por las que es una maravilla perderse, habida cuenta de sus casas tradicionales, al más puro estilo aragonés, los palacetes y los arcos de paso. Y tres cuartos de lo mismo ocurre en la antigua judería, cuyas calles, fuera del cinto amurallado pero con defensa propia, conservan su encanto medieval. La presencia judía se remonta a época visigoda y se consolidó con el dominio musulmán. Llegó a albergar a 80 familias y a contar con dos sinagogas. Y un dato más: está en la Red de Juderías de España. Además, en Tarazona puede verse una mezquita (la de Tórtoles), dicho sea de paso, que data del siglo XV; es decir, construida ya bajo dominación cristiana.


El palacio episcopal está en el casco antiguo de Tarazona.


PATRIMONIO CULTURAL ARAGÓN


Por haber, en esta ciudad zaragozana hay hasta una plaza de toros dieciochesca que no es redonda, sino octogonal, y que tampoco es una plaza al uso, sino un edificio de 32 viviendas cuyos dueños alquilaban los balcones para los festejos. También está aquí la Casa del Traductor, creada en 1988 por Francisco Uriz, a quien le debemos haber vertido a nuestras letras la obra del sueco August Strindberg, pero inspirada en la mítica Escuela de Traductores de Tarazona (XI-XII).

Enseguida llama la atención el mudéjar, por su singularidad, como pasa en todo Aragón -un ejemplo magnífico es el claustro de la catedral- y tantísimo palacio como hay: el de Eguarás, de grandes dimensiones, con pinturas murales, patio y jardín botánico; o el Palacio Episcopal, que fue la zuda, el alcázar musulmán que más tarde sirvió de residencia temporal de los reyes tras la Reconquista. Tanta nobleza lo dotó de artesonado mudéjar y miradores con vistas al río, para volverse barroco en el XVIII.


El cimborrio de la catedral turiasonense presumiendo de mudéjar.


TURISMO TARAZONA


En cuestión de naturaleza, es curiosa la ermita de San Juan, excavada en la roca, de origen medieval aunque reformada en el XVII. A su lado, el Ojo de San Juan, donde nace el manantial del que bebe la acequia Selcos, que atraviesa el municipio. Sin olvidarnos del Cipotegato, ese arlequín turosianense que vive su día grande el 27 de agosto, en plenas fiestas.

Por lo demás, está a la sombra del Moncayo, «ese dios que ya no ampara», que cantara Labordeta clamando por la España vaciada, por lo cual puedes poner rumbo hasta este parque natural que tiene al pico de San Miguel como cumbre (2.135 metros), y que también lo es del Sistema Ibérico. Desde Tarazona, aviso a senderistas, parte el camino que sube hasta el santuario de la Virgen del Moncayo, a 1.600 m. Muy cerca está el precioso monasterio cisterciense de Veruela (XII); no hay que olvidarlo. Y, por cierto, hay otra Tarazona, pero está en la Mancha.

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