
domingo 07 de diciembre de 2025
Cuando lleguemos al claro (Majd a tisztáson, 2025) se presenta como un acto de amor y profunda observación. Estrenada en el Festival de Róterdam, la película se aleja del formato expositivo tradicional para sumergirnos en la vida y la obra de una figura central: Péter Molnár, el abuelo del director.
Márton Tarkövi logra trascender la mera biografía para hacer una reflexión pausada y poética sobre la creación artística y el tiempo. En la tradición del cine húngaro, a menudo marcado por el lirismo visual, Tarkövi emplea una estética que sirve de telón de fondo al meticuloso proceso de su protagonista.
El núcleo temático de la obra reside en el singular trabajo artístico de Péter Molnár. Su técnica es un prodigio de paciencia: crea cuadros de gran formato compuestos enteramente por letras diminutas, escritas a mano. Cada pieza es el resultado de un compromiso temporal y una devoción al detalle que desafía el ritmo acelerado de la vida moderna.
Tarkövi utiliza la cámara para observar sin prisa, capturando la materialidad del trabajo: el roce de la pluma, la concentración en el gesto, el lento nacimiento de una imagen a partir del texto.
La dirección de Tarkövi se organiza intrínsecamente a partir de la obra del artista, utilizando los cuadros como mapas visuales para la estructura narrativa. El ritmo del documental no es impuesto por un guion preestablecido, sino que surge de la propia personalidad de Molnár y el tiempo que requiere su arte. Este enfoque de observación rigurosa y contemplativa confiere a la película una autoridad y una autenticidad innegables.
El espacio de trabajo, ya sea en la calidez del hogar o en el entorno sereno de la naturaleza, se convierte en un personaje más. Las reflexiones de Molnár sobre el arte, la vida y su conexión con el entorno natural se entrelazan con las imágenes, aportando capas de conocimiento y experiencia al relato.
Lo más atractivo de Cuando lleguemos al claro es el diálogo implícito y explícito entre el artista y el cineasta. Márton Tarkövi no oculta su presencia, y la interacción de Péter Molnár con la cámara y su nieto transforma el documental en un retrato familiar íntimo.
Este diálogo intergeneracional es el vehículo para que el drama del relato florezca. Las historias personales, las emociones no dichas y las reflexiones filosóficas del abuelo son capturadas con una sensibilidad emocional que dota al film de una confianza total por parte del espectador. El resultado son imágenes poéticas que reflejan la autenticidad del lugar y la persona, construyendo un relato emotivo sobre el legado y la trascendencia del arte.
Cuando lleguemos al claro es un testimonio de la forma del trabajo, un homenaje a la dedicación artesanal y un recordatorio de que la verdadera belleza a menudo se esconde en el detalle y en el paso mesurado del tiempo. Es el debut de un cineasta que promete seguir la tradición de un cine húngaro reflexivo y potente.








