Ann Lee nació en el febrero bisiesto de 1736 en Manchester, en un entorno obrero marcado por el trabajo del hierro. A los doce años escuchó la prédica de George Whitefield en Christ Church, un llamado a una fe basada en la experiencia interior. Ese momento abrió para ella un territorio donde religión, cuerpo y percepción comenzaban a entrelazarse.

El testimonio de Ann Lee (The Testament of Ann Lee, 2025) muestra a la protagonista —interpretada por Amanda Seyfried— dejando la fábrica familiar para trabajar en la cocina de un hospital. Allí encontraba espacio para asistir a las reuniones de los Wardley, un grupo que concebía la religión como revelación interna. En ese ámbito se gestó el movimiento Shaker.

Las reuniones de los Wardley derivaban en arrebatos corporales que sacudían a quienes participaban. De ese temblor surgió el nombre “Shakers”. El relato reconstruye uno de esos encuentros: un asistente admite haber espiado a su hermana y entra en trance, temblando frente al resto, que permanece en círculo. Culpa, cuerpo y fe se articulan en un momento que anticipa la vida comunitaria que Ann asumirá sin reservas.

Ann se casa con Abraham Standerin y tiene cuatro hijos, ninguno sobreviviente. Diversas escenas explican la distancia emocional que marcaría su relación con la maternidad y que influiría en la formulación del culto.

La narración se organiza desde la voz de Mary Partington, interpretada por Thomasin McKenzie, cuyo testimonio rompe la cuarta pared y enlaza pasado y presente. Mientras ella habla, los Shakers bailan entre los árboles, reforzando la idea de memoria encarnada.

Fastvold trabaja la historia del grupo en diálogo con representaciones de cuerpos en trance presentes en otras obras, desde Los demonios de Ken Russell hasta Possession de Zuławski. Durante su prisión, Ann experimenta visiones que sus seguidores interpretan como revelación: la caída de Adán y Eva y la idea de que la fornicación es la causa de la separación entre humanidad y divinidad. A partir de allí, el celibato se vuelve doctrina central, y Ann pasa a ser llamada “Madre”, figura mesiánica que ubica a hombres y mujeres en igualdad.

En 1774, Ann y sus seguidores parten de Liverpool hacia Nueva York en el deteriorado Mariah. Una tormenta arranca un tablón del barco y un golpe de ola lo devuelve a su sitio, interpretado como señal. Ya instalados en la colonia, atraviesan deserciones, pobreza y persecución. Logran establecerse en Niskayuna, donde Ann sostiene que llegarán quienes busquen su evangelio.

El “Día oscuro de Nueva Inglaterra”, fenómeno histórico sin explicación concluyente, aparece como signo del clima milenarista que atravesaba a la comunidad.

Los Shakers levantan su propia Nueva Jerusalén talando árboles, sembrando, cocinando, limpiando y bailando. Las composiciones de Daniel Blumberg acompañan esa construcción material y espiritual. La comunidad articula trabajo, canto y trance como forma de cohesión.

La persecución marca su desarrollo: Mary pierde un ojo tras una golpiza, William —hermano de Ann— muere durante la expansión del culto y Ann fallece a los 48 años, en pleno proceso de consolidación del grupo.

El relato se mueve en la frontera donde el fervor religioso se aproxima al trance dionisíaco. La pregunta que queda abierta es cuánto de esa experiencia pertenece al orden espiritual y cuánto responde a dinámicas colectivas, emocionales y corporales. La reconstrucción histórica convierte esa ambigüedad en motor de lectura.

En 1840, los Shakers alcanzaron seis mil creyentes. En julio de 2025, cuando finalizó el rodaje, solo dos miembros permanecían en la Nueva Inglaterra contemporánea.