viernes 07 de noviembre de 2025

Juan Gabriel, tan sincero como puede ser el personaje, mira frente a la cámara sabiendo que detrás siempre hay un alguien, una mirada que no es una sola ni pertenece a un solo tiempo. Agradece haber nacido en el siglo XX y haber dotado al pueblo de su música. En esa falsa modestia, y en esa inocencia tan ensayada, se oculta una verdad profunda: la de un artista que entendió antes que nadie cómo convertir la vida en relato y el relato en espectáculo.

El siglo que lo vio nacer —el de la explosión del archivo— también lo preservó. Gracias a esa acumulación de imágenes, videos y sonidos, hoy seguimos reconstruyendo su mito con cada reproducción, cada memoria y cada archivo digital. Juan Gabriel se volvió un ícono que, más allá del cantautor genial, se reinventó como una antología visual, sonora y emocional. Un reflejo de un país que encontró en su excentricidad una forma de identidad colectiva.

Genio, sí, pero también visionario: Juan Gabriel entendió que la posteridad sería digital. Se volvió un fantasma que, sabiendo que el cuerpo algún día dejaría de ser, multiplicó su presencia en pantallas y grabaciones. Sin embargo, en esa cercanía hay también distancia: la cámara que lo muestra es también la que lo separa. Cada plano doméstico encierra la teatralidad de quien sabía que hasta la intimidad debía ser espectáculo.

María José Cuevas, directora de Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero (2025), elige no refugiarse en el mito ni entregarse al chisme. En cambio, despliega un equilibrio entre la fascinación y la observación. Las voces cercanas a Juanga y a Alberto Aguilera nos conducen por un museo emocional: del anonimato a la fama, del exceso al silencio, del amor al desengaño. Cuevas ofrece una mirada sin idealización, mostrando el caos, la sensibilidad y la lucidez del artista que fue capaz de ver el mundo desde un ángulo que pocos alcanzan.

La serie documental está poblada de figuras emblemáticas de la cultura mexicana, de esos rostros que marcaron la segunda mitad del siglo XX. Cada aparición es una postal familiar, un regreso a un álbum compartido. Y entre las luces del recuerdo también aparecen los antagonistas, los nombres incómodos, que el documental no evita sino que incorpora como parte esencial del engranaje histórico de un país.

Juan Gabriel ya era íntimo antes de este documental. Habita en las anécdotas, en las fiestas, en los amores, en las canciones que acompañaron generaciones. Era mito, incluso antes de ser biografía. Era historia, antes de ser materia de análisis. Este documental solo reafirma lo que siempre supimos: que Juan Gabriel fue, es y seguirá siendo una frontera entre lo público y lo privado, entre el individuo y la multitud.
Y citando al Divo de Juárez, no queda más que decirle, una vez más: Thank you.