Sara Flamenco

Cuántas veces, tras terminar una discusión especialmente intensa, no tienes ni idea de lo que has dicho. O pero aún, sí tienes idea, pero sabes a ciencia cierta que lo que has dicho no es lo que querías decir. Eso es algo muy común, y es que cuando te enfadas, la ira te lleva a reaccionar sin pensar, para tratar de mostrar una fuerza que, en realidad, no sientes.

Sonia Díaz Rois, mentora y coach especializada en gestión del enfado y autora de Y si me enfado, ¿qué?, asegura que esto es normal, y lo achaca a que no sabemos diferenciar entre responder con claridad y reaccionar sin filtro. «A menudo creemos que estamos expresando lo que sentimos con claridad, cuando en realidad estamos reaccionando sin filtro«, afirma Díaz Rois. Y esta confusión es una de las principales causas de conflicto en las relaciones y de malestar emocional en la vida cotidiana.

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La diferencia entre responder con claridad y reaccionar sin filtro

Responder con claridad significa que sabes qué estás sintiendo y por qué y eres capaz de comunicárselo al otro de manera asertiva. Para ello, tienes que tomarte un tiempo antes de hablar o actuar para pensar en lo que sientes. Y tienes que hacerlo con intención: «tu objetivo es compartir lo que sientes, no soltarlo sin filtro solo para descargar», asegura la experta.

En cambio, cuando reaccionas sin filtro lo haces de manera automática. Sale por tu boca sin pausa, cargado de impulso, rabia o urgencia. «Tu objetivo, aunque no te des cuenta, es defenderte o aliviarte un poco, pero no expresarte realmente desde lo que necesitas», comenta Díaz Rois. Después de esta explosión suelen venir la culpa, el arrepentimiento o esa sensación incómoda que te hace sentir que no dijiste lo que realmente querías decir.

«Cuando respondemos sin filtro no arreglamos nada. Es más, solemos empeorar la situación, y los temas importantes se quedan sin resolver. Eso no solo genera más conflictos, sino también frustración, culpa y la sensación de no poder controlar el propio carácter«, advierte la experta. Por tanto, ¿de qué te ha servido esta explosión con la que pensabas que ibas a aliviar tu malestar? De nada.

Cómo conseguir comunicar lo que sientes con calma

En una discusión, las emociones pueden tomar el control y hacer que digamos cosas sin pensar. Desde el punto de vista psicológico, la ira activa nuestro sistema de alerta, lo que puede bloquear la parte racional del cerebro. Pararse a pensar en lo que sentimos antes de hablar permite calmar esa reacción impulsiva. Tomarse unos segundos para identificar la emoción nos da una oportunidad de responder con más conciencia y menos agresividad.

Reconocer lo que uno siente, ya sea tristeza, frustración o decepción, ayuda a que nuestras palabras reflejen nuestra realidad emocional en vez de atacar al otro. Al detenernos un momento, nos damos la posibilidad de entender qué queremos comunicar realmente. Muchas veces, detrás de un grito o una acusación, hay una necesidad no expresada. Pensar antes de hablar transforma la conversación en una oportunidad de conexión, no de confrontación.

Dejarse llevar por la ira suele traer un alivio momentáneo, pero después llega la culpa. Las palabras dichas en caliente pueden herir profundamente, incluso si no eran nuestra verdadera intención. Esa culpa no solo afecta a la relación con la otra persona, sino también a nuestra autoestima. Saber frenar antes de hablar ayuda a evitar arrepentimientos y mantiene nuestra integridad emocional intacta, fortaleciendo también el respeto propio y mutuo.

Practicar este tipo de pausa requiere entrenamiento emocional, pero es posible. Respirar profundamente, contar hasta diez o simplemente decir «necesito un momento para pensar» puede marcar la diferencia. Con el tiempo, aprender a gestionar nuestras reacciones nos permite discutir sin perder el control. Es una forma de cuidar de nuestras relaciones y de nuestra salud mental, construyendo vínculos más sanos y duraderos.

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