
Al director porteño Miguel Kohan (29 de diciembre de 1957) se lo conoce por varios films distintivos e irreemplazables. Empezando por Café de los Maestros (Documental, 2008) producido por Lita Stantic, Gustavo Santaolalla y Walter Salles; siguiendo por El Francesito un documental (im)posible sobre Pichón Rivière (Documental, 2016) ganador del Premio Sur y terminando con Rivera 2100, entre el ser & la nada (Documental, 2020), sobre los fundadores de la agrupación MIA, Rubens Donvi Vitale y Esther Soto. Pero este realizador, psicólogo social y fotógrafo; que recibió un Master en dirección en la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) que venía solo dirigiendo documentales, durante su opera prima de ficción, El despenador (2021), conoció a quien ahora es su protagonista, la cantora y violinista jujeña Wara Calpanchay.
Camila Wara Calpanchay (San Salvador de Jujuy, 2004), es artista indígena atacameña, actriz, cantante, compositora, violinista y creadora de propuestas escénicas. Criada entre la ciudad, la puna y las yungas, pasó gran parte de su infancia en Susques junto a su abuela paterna, de quien heredó su amor por la cultura andina y cuyas vivencias inspiran el documental Ánimu. Acompañando al director y a film tanto en la premiere en el Festival 25° BAFICI de 2024 y de los premios recibidos en el 10° Festival Internacional de las Alturas (Jujuy) como Mejor Película del Público, Mejor Montaje, Mejor Color y Premio ADN a la Mejor película documental. Además recibió el Premio Especial del Jurado en el 10° Festival ARFECINE.
Miguel, ¿vos a Wara la conociste en el rodaje de El despenador o ya sabías de ella y su trabajo?
Miguel Kohan – No, no. A ella la conocí cuando hizo el casting para esa película. El casting de ella fue increíble. Yo estaba buscando un personaje para El despenador. Y además hay un elemento que era muy importante que era que el personaje esté familiarizado con la hacienda. Y me decían que no iba a encontrar a nadie allí en Jujuy, buscando una chica que esté habituada a la hacienda y que pueda sostener la mirada en una película. Y la primera que apareció fue ella (Sonríe). Y en la charla que tuvimos en un momento le pregunté que hacía el fin de semana y ella me dijo que estaba con la hacienda.
¿Esto donde sucedió?
M.K.: – Yo estaba haciendo el casting en San Salvador de Jujuy, en Abrapampa y en La Quiaca, y ella fue la primera que apareció. Y ella estaba con Federico Bracken, que es mi Director de fotografía, con quién habíamos estado viendo locaciones. Y quedé muy sorprendido, yo habría terminado el casting después que la vi a ella.
Contame Wara ¿vos que antecedente habías tenido con el audiovisual?
Wara Calpanchay: -Yo ya tenía experiencia en hacer cortometrajes como actriz. Yo empecé a trabajar desde los 8 años en el mundo audiovisual con cortos regionales y luego en otras producciones. Cuando nos encontramos con Miguel, yo también sentí una mirada brillante en él. Y tal vez un poco mi corazón se abrió y allí surgió nuestro contacto desde se casting. Y lo invitamos a conocer nuestro campo allá en Susques (sudoeste de la puna jujeña), y si yo hubiera visto algo raro en lo que proponía Miguel jamás le hubiera dicho que fuera a mi casa (Risas). Entonces surgió algo allí.
Claro pero fue para El despenador… ¿y cuando surgió lo de ser la protagonista de Ánimu?
M.K.: – El punto de inició fue ese, aunque parezca raro, después fue una continuación. Porque cuando me entero de “La Burrada” (Un evento popular que cada año congrega a cientos de burros) por intermedio de la tía de ella, Delia al que siempre solía asistir. Y como me fascinó ese encuentro de la gente con los burros, pensé por qué no seguir esa punta a ver lo que surge camino a hacer la película. Este interés mío se lo transmití a ella y a los padres y avanzamos en ese sentido. Marzo es la fecha de la Burrada y a partir de allí comenzamos a encontrarnos y ya empecé a hacer un seguimiento de la vid de ella. De lo que le estaba ocurriendo. A posar una mirada sobre su vida en ese momento, que ya la habíamos empezado a conocer en El despenador. De hecho legamos a hacer un ensayo actoral con ella y su tía Delia a las afueras de Susques. Y eso nos permitió conocernos más. Y después todo se dio de una manera muy natural. No fue que yo me senté a escribir un guión. Yo me enteré que ella iba a ingresar a la Escuela de Artes Audiovisuales, me pareció que era muy interesante que a la par que hacíamos una película para sumergirme en el mundo de ella, mientras ella se sumergía en el mundo del cine.
Creo que lo hablamos una vez, el hecho de que utilizaste un poco la técnica y estilo de Jorge Prelorán, en el sentido de hacer un scouting previo con los personajes, ir conociéndolos…
M.K.: – Claro, así fue el seguir la señalada, la burrada, previamente ocurrió cuando hicimos el casting y en la preparación de El despenador. Esta experiencia de Ánimu me lleva a pensar algo que yo siempre creo que las películas están hechas en algún lugar. Que uno lo que hace es como descubrirlas. Transitas el camino de hacer la película y se da eso, como decía (Andrei) Tarkovsky la va esculpiendo en el tiempo hasta encontrar la película que en algún lugar está. Y que uno junta todos los elementos para que ello confluya y emerja y que tome forma. Y esto es gracias a todos, no solamente al director, a la actriz, a los técnicos. Se dio de una manera muy natural y me reveló varias cosas en cuanto a la realización cinematográfica.
¿Qué pudiste aportar o que ideas tiraste para ir amoldando la historia con tu visión?
W.C.: – Ahora que estoy estudiando cine me doy cuenta que los directores tenemos (yo ya he dirigido cortos) una mirada sobre las cosas. Hay una realidad pero existen nuestras miradas en la que mostramos qué verdad queremos contar. O sea manipulamos el momento en que está pasando. Volviendo a la película, acá no se descubrió nada, acá esto ya existía. Los artistas que aparecen, en este caso mi Tía Delia, en realidad son personas como vos o yo que trabajamos. En este caso ella trabaja allá como pastora y nosotros acá en el ámbito audiovisual, ellos ya existen siempre estuvieron. Creo que en realidad se dio un lugar de encuentro, sin agrandarme para nada, respeto mucho el valor del trabajo enorme que hizo Miguel a nivel e dirección y de guión. Para mí fue un material de las cosas que se pudieron mostrar fue gracias a las experiencias de mis abuelos que ellos mantuvieron y que fueron como guardianes de esos conocimientos para que hoy puedan estos hechos estar vivos y presentes en el mundo. Ellos fueron los realizadores realmente, los directores también y están en los créditos de alguna manera, pero es así como lo aprendí en la vida.
Sentís que está lo tuyo en la película…
W.C.: – Está lo mío que no es mío. Es de ellos, es de nosotros. Está lo comunitario. Y también sé que hay cosas que no están. Por eso me sale a mí la inspiración de querer ser la directora en algún momento o de enseñar a otras personas que también pueden ser sus propios directores. Porque ahora se da un lugar de encuentro donde Miguel que se vino desde muchos kilómetros y apareció ahí, el día de mañana –y no hay que esperar que sea de aquí a 30 años, tiene que ser durante estos 10 años, encontrarnos con más chicos andinos que al igual que yo amamos el arte, y al igual que nuestros amigos jóvenes de la Ciudad de Buenos Aires aman el arte, produciendo su arte.
En la película aparece una escuela audiovisual, ¿allí estudias vos?
W.C.: – Ya egresé del colegio secundario y después entre a formarme en la ENERC en la sede NOA en Jujuy de la Escuela Nacional de Cine donde estoy formándome allí también. Hice dos años, me falta hacer la Tesis, pero por una necesidad y búsqueda de seguir aprendiendo ya no estoy cursando como alumna regular pero estas experiencias me ilustran igual que cuando estuve en la ENERC, con especialización en Realización Integral.