
Los hermanos Jake (Jude Law) y Vince Friedkin (Jason Bateman), en sociedad con varios amigos, abren el “Black Rabbit”, un restaurante bar de referencia en Nueva York. Años después, mientras Vince, que ha llevado su desastrosa vida lejos de la ciudad, el restaurante alcanza la respetabilidad culinaria, al aparecer en una crítica repleta de alabanzas en el New York Times, y su cocinera, Roxie (Amaka Okafor), la categoría de chef estrella. La alegría recorre a empleados y socios, máxime que Jake pretende abrir otro restaurante en el Pool Room del Four Seasons, que representa una apuesta aún mayor en el mundo empresarial culinario. Pero no todo es miel sobre hojuelas -nunca mejor dicho-, pues Anna (Abbey Lee), la popular barista, renuncia a su puesto debido a un incidente oscuro que Jake, cuando se ve rebasado por la ola de problemas que su hermano Vince, ahora de regreso, ha traído consigo, no puede atender como es debido, amenazando no sólo con resquebrajar la sociedad, y echar abajo los éxitos alcanzados, sino poniendo en peligro sus propias vidas.
Contada en gran parte en un flashback (que contiene otros flashbacks, hasta el episodio seis, en el que se reanuda la narración en tiempo presente y se comienzan a atar los cabos), Black Rabbit (Jason Bateman/Justin Kurzel/Laura Linney/Ben Semanoff, 2025) intenta demostrar que toda sociedad comercial conlleva la carga de los intereses particulares de los socios, aunque estos impliquen el egoísmo y el crimen, en detrimento de los demás. Vince, ex estrella de rock, adicto, y padre fracasado, se empeña en obtener ganancias económicas de forma ilícita, para pagar las deudas que tiene con el sordomudo Joy Mancuso (Troy Kotsur), uno de los mafiosillos locales, cuyo hijo, “Júnior” (Forrest Weber), es un psicópata que no cesará su empeño en que Vince pague. Los Friedkin parecen pertenecer a una estirpe maldita (Vince guarda un secreto mortal a Jake, que se remonta a cuando eran tan sólo niños, traumatizados por la violencia familiar), cuya sombra podría alcanzar a sus propios hijos, el pequeño Hunter (Michael Cash), hijo de Jake y a Gen (Odessa Young), una artista del tatuaje, hija de Vince, que se han sabido mantener sensatamente al margen de las turbias acciones de sus padres. Black Rabbit es, también, una historia sobre “el hermano incómodo” al que, a pesar de sus continuos errores, no se puede dejar sin apoyo, aún en una sociedad corrupta y en una familia desestructurada. La escena de Anna sobre el piso de su baño se inspira, claramente, en la de Marion Crane (Vivien Leigh) en la Psicosis (Psycho, 1960), de Hitchcock, y la de “Júnior”, apuntando su arma violentamente contra el espejo, en la del Travis Bickle de Robert De Niro, en Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, referenciando una violencia clásica que se reinventa para una nueva era, acentuada por una fotografía de colores oscurecidos debida a Peter Konczal e Igor Martinovic.
Las actuaciones de un Jude Law, al límite, y las del desesperado Jason Bateman, compiten con las del ganador del Oscar, Troy Kotsur (primer actor sordo en ganar el premio) como un criminal que, no obstante, intenta ser un buen padre. El ascenso del “Black Rabbit” revela cómo los sueños compartidos pueden resquebrajarse bajo el peso de los secretos y la ambición, en una reflexión sobre el fracaso del sueño colectivo frente a los intereses individuales. La serie se nos presenta como una fábula contemporánea que revela que, bajo la fachada del éxito y la sofisticación, laten las mismas pasiones destructivas de ayer, de hoy. De siempre.