Si nos ponemos en clave mitológica e incluso olímpica, podríamos afirmar que este es el pueblo preferido del dios Baco, para los romanos, o de Dioniso, para los griegos, porque todo gira alrededor del fruto de la vid. Si nos lo permite el Ebro, que, a decir verdad, también discurre entre viñedos. Elciego, en la Rioja Alavesa, no puede explicarse sin sus viticultores, sus pequeñas bodegas de cosechero, las familiares dedicadas a la crianza (de los caldos) o las grandes firmas vinícolas. A estas alturas, tampoco sin el enoturismo, que hace las delicias de los amantes del vino y lo engloba todo. Desde el paisaje a los restaurantes, pasando por un escenario asombrosamente monumental.
Hasta el arquitecto Frank Gehry rindió aquí su particular homenaje a esta bebida de dioses diseñando, a la manera del Guggenheim de Bilbao, el fabuloso hotel Marqués de Riscal, junto a las bodegas del mismo nombre. Salido de su privilegiada imaginación, con láminas onduladas, evocando las retorcidas extremidades de las vides, y proyectando las distintas tonalidades vinarias, desde los tintos más jóvenes hasta los de alta expresión, de tanto tirón hoy.
Y tal vez escanciando el canadiense, a golpe de titanio y acero inoxidable, un gran reserva del futuro. Y esa es la gracia que tiene Elciego, entre otras muchas. Que su historia vitícola se pierde en la noche de los tiempos, aunque se hizo grande en los siglos XVI y XVII, mientras que ha sabido acomodarse con elegancia a nuestra modernidad galopante. De partida, lo tenía fácil.
Porque Gehry, con su «catedral del vino», ayuda, pero los tesoros históricos del municipio no se quedan atrás. Al contrario, son de primer orden. Basta nombrar la iglesia de San Andrés, gótica, renacentista, barroca y neoclásica, todo a la vez. Con aspecto de castillo además, emblemáticas torres y un retablo con 400 años de antigüedad que es, francamente, impactante, y sin exagerar. Se ubica a orillas del río Mayor, pero formando parte del casco antiguo y de la pintoresca estampa.
La iglesia de San Andrés dando esplendor a esta villa alavesa.
TURISMO ELCIEGO
Ya lo anticipa el eslogan turístico, jugando con su nombre, «un pueblo en el que tendrás mucho que ver». Todavía están en pie algunas de las casas de la época en que Elciego era una aldea de Laguardia (hasta el XVI), capital de la Rioja Alavesa. Se reconocen por su arco de medio punto en la entrada y el escudo con la cruz de San Andrés. Después, ya siglo XVII, empezaron a construirse casas palacio, con cubierta a cuatro aguas, pero también agrícolas o artesanales y señoriales. Un pueblo en el que parece que se ha parado el tiempo.
Elciego es tan insólitamente grandioso que hay que centrarse. Por ejemplo, en la Casa de los Hierros, en plena plaza Mayor, donde nació uno de sus prohombres, el arzobispo Navarrete Ladrón de Guevara. Se trata de una mansión de estilo barroco con balcón corrido y en esquina con un trabajo de herrería excelente que le ha valido el sobrenombre.
Lo que no te puedes perder en Elciego
Otro virguería que vale la pena admirar es el palacio Ramírez de la Piscina, o mejor en plural porque son dos palacios barrocos, pese a su sobriedad, que engalanan la calle del Barco, a los que, por cierto, no les falta el patio ni la tradicional bodega con bóvedas de medio cañón y galerías que atraviesan la calle. Al fin y al cabo, esto es un viaje al centro del vino. ¿Más palacios? El Zárate Nabar, en la calle Capitán Gallarza, en el que sobresale un bello balcón central. Como otros de este estilo, en la actualidad acoge dos viviendas.
Dejando a un lado los palacios, que difícilmente se puede en un pueblo como este, hay que citar la ermita de la Virgen de la Plaza, del XVIII, levantada sobre una anterior, puede que del XIV, de la que se conserva una talla del tipo Andra Mari. Así como el ayuntamiento, típico edificio administrativo vasco y también dieciochesco. Ambos compartiendo la plaza Mayor.
En cuanto al cabildo, presenta pórtico con arquería y dos amplios balcones entre los que luce el escudo imperial de Felipe II, rey que concedió a la villa la carta de privilegio que conllevaba la independencia. Y luego están las bodegas, las joyas del casco histórico que no saltan a la vista, pero con distrito propio, el barrio de las Bodegas, que presume de red subterránea de «calaos», como las llaman, atravesándolo por completo.
La ermita de la Virgen de la Plaza se merece una visita.
TURISMO ELCIEGO
Está claro que aquí se puede gozar artísticamente, pero también de ese líquido elemento que, en plan bíblico, alegra el corazón de los hombres (y de las mujeres). Esto es la Rioja Alavesa, con todo lo que significa. Se puede empezar en Elciego y seguir en Laguardia, a solo seis kilómetros. Un sorprendente conjunto medieval fortificado con casas señoriales, como la del escritor de fábula Samaniego, y otras maravillas como la iglesia de Santa María de los Reyes, del XV, con un pórtico policromado que ya de por sí vale el viaje.
Del balcón de La Rioja a un paseo por el Ebro
Muy cerca, a solo veinte minutos, nos topamos con Labastida, con mucho encanto y muchas bodegas. Y así es como, poco a poco, se va haciendo la Ruta del Vino de Rioja Alavesa, entre casas blasonadas, patrimonio religioso y arquitectura vitivinícola histórica o de vanguardia. Ya metidos de lleno en estos parajes, hay que detenerse en el balcón de La Rioja, en la Sierra de Cantabria, dentro de Samaniego (Álava) pero en el límite con La Rioja, para recibir como regalo unas magníficas vistas del valle del Ebro y la sierra de la Demanda.
Y quienes quieran más naturaleza, entregándose al senderismo o al pedaleo, pueden hacer la ruta que sale de Elciego por las bodegas de Marqués del Riscal, junto al puente sobre el río Mayor, para ir hasta la ermita de San Vicente, seguir por la vereda del Ebro y llegar al parque de la Poveda (Lapuebla de Labarca) para volver otra vez al pueblo. Es un recorrido junto al río de 17 kilómetros sin ninguna dificultad, que merecerá un brindis con el mejor de los vinos y ese tapeo que es religión, casando ambos de lujo. Puro maridaje.












