sábado 02 de agosto de 2025

Todo título del teatro musical, con gran trascendencia espacial y temporal, tiene por lo menos una canción de su repertorio que se ha convertido en una especie de himno popular. Por lo tanto, en cada adaptación alrededor del mundo, dicho tema es celebrado con énfasis desde la platea. Totally Fucked en Spring Awakening, Light en Next to normal, You Will Be Found en Dear Evan Hansen, Seasons of Love en Rent. La lista no solo puede continuar, sino que, en Argentina, también tiene que incluir Llorar no arregla nada, una pieza perteneciente a Mamá está más chiquita que, en cada temporada de la obra, es esperada e interpretada con emoción, tanto por los artistas en escena como por el público en las butacas.

La última semana de julio, el premiado espectáculo creado por Ignacio Olivera y Juan Pablo Schapira, y dirigido por Marcelo Albamonte, cerró una nueva temporada, esta vez en el Teatro Metropolitan. Cada jueves, durante más de tres meses, la entrañable puesta escénica recibió a sus fieles fanáticos y, a su vez, dio la bienvenida a nuevos visitantes. Tomás Wicz, Débora Turza, Juan Manuel Barrera y Beatriz Dellacasa fueron los encargados de narrar el relato cada semana, y según la función se han sumado Paloma Sirven, Julia Tozzi y Rocío Hernández.

Mamá está más chiquita sigue a Rita, quien tiene dos hijos: Diego, de 18 años, y Clara, de 16. Diego es muy sensible, y en los últimos años su universo de fantasía ha ido ganando lugar por sobre la crudeza del mundo real. Mientras que Clara es una adolescente que intenta liberarse del ambiente opresivo de su casa, de la mano de su novio Germán. Un día, Rita recibe una noticia que pone en cuestión sus pretensiones de controlar y proteger el nido para toda la vida. Se está haciendo más chiquita, y tarde o temprano va a desaparecer.

Entre la realidad y la fantasía, en cada temporada, el público se ha sumergido en un viaje que ha resultado una montaña rusa emocional, ya que los distintos pasajes generan desde sentidas lágrimas hasta genuinas carcajadas, con carismáticos personajes y cautivantes situaciones. Sin dudas, la música es uno de los principales motores del relato. Difícil que algún espectador se vaya de la sala sin tararear al menos una canción, y más difícil aún es que se vaya sin sentirse interpelado y sensibilizado por dicha obra artística.