Aloña Fdez. Larrechi

Ahora que hemos concentrado toda nuestra atención audiovisual en la Quinta Avenida de Nueva York, y nos hemos repuesto del sorprendente final del primer episodio de la tercera temporada de La edad dorada, no queremos dejar de comentar uno de los detalles más jugosos de este estreno: la presencia de del mejor retratista de la época. Porque el joven artista que pinta a Gladys no es otro que el afamado John Singer Sargent, el pintor que escandalizó a la sociedad parisina con un cuadro.

Interpretado por Bobby Steggert, la verdad es que no podríamos esperar menos ni de Julian Fellowes, al que le gusta introducir guiños históricos en sus ficciones, ni de Bertha Russell, que además de tener buen gusto está a la última en aquello que aporta prestigio a una mansión, una pinacoteca particular o un inventario vital. Porque aunque desconocemos la fecha exacta en la que el creador de La edad dorada situaría este trabajo del artista, Bertha y él hablan de sus trabajos previos. Obras que le llevaron a ser conocido por algún escándalo, pero también por su arte.

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Nacido en Florencia en 1856, esta es la historia del pintor de La edad dorada, responsable de algunos de los cuadros impresionistas más míticos de la época.

Un artista admirador de Velázquez

De padres estadounidenses, Singer Sargent nació en Europa porque tras el fallecimiento de su hermana mayor, su madre, Mary, insistió en dejar Estados Unidos e instalarse en París. Cuando tenía 13 años, ella ya se dio cuenta de las capacidades artísticas de John y contrataron a un paisajista para que le diese algunas lecciones. Más allá de la pintura, de joven no fue un buen estudiante, y sin embargo se le consideraba un hombre culto y cosmopolita que hablaba cuatro idiomas (inglés francés, alemán e italiano).


Autorretratob de John Singer Sargent.


Aberdeen Art Gallery


Decidido a hacer carrera en el arte, trató de estudiar en la Academia de Florencia pero terminó formándose en la Escuela de Bellas Artes francesa. Lo primero que llamaba la atención de su forma de pintar era que, como Velázquez, utilizaba para pintar el método alla prima, directamente sobre el lienzo con el pincel, con un enfoque que se basa en la correcta aplicación de los tonos. En sus primeras obras solo encontramos paisajes hasta que, con poco más de 20 años, retrató a su amiga, Fanny Watts. Posteriormente, al inmortalizar a su maestro, Carolus-Durant, ya se percibían los elementos que caracterizarían su obra.

En los años 80, John Singer Sargent viajó a España para estudiar las obras de Diego Velázquez. Fascinado, como muchos de sus compatriotas, por la música y la danza de nuestro país, Sargent pintó El Jaleo, un cuadro de tres metros de ancho que planificó durante meses y en el que se ve a una bailaora gitana acompañada de músicos a la guitarra. Una obra que terminaría siendo una de sus pinturas más alabadas en aquella época, tras su exhibición en el Salón de París.


Retrato de Dama con la rosa (Charlotte Louis Burckhardt), pintado por John Singer Sargent en 1882.


Museo Metropolitano de Arte/MET

Sus modales refinados y su perfecto francés también le ayudaron a labrarse una fama en la capital francesa. A su regreso de España recibió varios encargos de retratos algo que, lejos de llevarle a renunciar a algunas de sus exigencias, las acentuó. Porque Sargent rechazaba a los modelos que no le satisfacían, era él quien elegía el vestuario de la persona que iba a retratar y exigía saber donde se iba a exponer su trabajo. Fue entonces cuando pintó dos de los cuadros que Bertha Russell menciona en La edad dorada cuando habla con él: Dama con la rosa (Charlotte Louis Burckhardt) y Retrato de Madame X.

Dos retratos con historia

El mismo año que vio la luz El Jaleo, 1882, pintó a Charlotte, un cuadro en el que también se percibe la influencia de la obra de Velázquez que el estadounidense estudió por aquel entonces. La joven retratada, de unos 20 años, era hija de un comerciante suizo y una mujer estadounidense que formaban parte del cosmopolita círculo del artista en París. Aunque nunca se ha confirmado, y por supuesto el artista nunca lo aclaró, siempre se ha comentado que Charlotte y Sargent eran amantes.

Pero fue el Retrato de Madame X el que causó un escándalo de tales dimensiones que hizo que el pintor abandonase París y se trasladase primero a Londres y luego a Estados Unidos. La retratada, era Virginie Amélie Avegno Gautreau, una mujer que, lejos de ser anónima, era conocida por toda la sociedad parisina por ser la esposa de un banquero mucho más mayor que ella, por sus infidelidades y por ser una «belleza profesional», es decir, una mujer que utiliza sus habilidades personales para ascender socialmente.


El cuadro de John Singer Sargent que escandalizó a la sociedad parisina, el retrato de Madame X (Madame Pierre Gautreau).


Museo Metropolitano de Arte/MET

De belleza poco convencional, Gautreau era una inmigrante criolla francesa estadounidense de Nueva Orleans y fueron varios los artistas que se sintieron fascinados por ella. Aunque rechazó varias peticiones de retratarla, aceptó la de Sargent en febrero de 1883, tal vez por un deseo compartido como expatriados de alcanzar el éxito dentro de la sociedad francesa. Comenzaron a trabajar en el poco después, pero avanzaban escasamente porque ella tenía muchos compromisos sociales y pocas ganas de posar.

En junio Sargent se trasladó a la finca de Gautreau en Bretaña, donde realizó trabajos preparatorios, acuarelas y bocetos, alcanzando unos 30 dibujos con diversas poses. Él quería un lienzo de grandes dimensiones que destacase, y aunque la rutina diaria de ella (la madre, la hija, los invitados) no se lo ponían fácil, Gautreau estaba entusiasmada porque pensaba que Sargent estaba pintando una obra maestra. Y lo era, aunque en el momento de mostrarla al público no fue recibida como tal.


Carrie Coon como Bertha Russell, admirando el retrato que el pintor estadounidense le hace a su hija Gladys.


HBO MAX

Terminada en otoño, fue presentada en el Salón de París de 1884 y todo fueron pegas: que si la retratada estaba demasiado pálida, que si la severidad del perfil y el énfasis de su estructura ósea implicaban sexualidad distante, que si el vestido tenía demasiado escote y estaba a punto de caerse… «El señor Sargent se equivocó al creer que expresó la belleza deslumbrante de su modelo. Aún reconociendo ciertas cualidades de la pintura, nos impacta la expresión débil y el carácter vulgar de la figura», publicó el diario L’Évenement.

Ambos, artista y modelo, quedaron decepcionados con la reacción del público, ella le pidió que retirase la obra, hay fuentes que dicen que lo más que hizo Sargent es subirle uno de los tirantes, que originalmente aparecía caído. Cuando acabó la muestra, Sargent otorgó a su cuadro un lugar preferente en su estudio, primero en París, luego en Londres, y a partir de 1905 formó parte de varias exposiciones, hasta que en 1916 lo vendió al MET de Nueva York con una nota que decía: «Supongo que es lo mejor que he hecho en mi vida».

Admirado en Londres y Nueva York

A pesar de su caída en desgracia en París, el polémico retrato le sirvió para ganar cierta fama en Inglaterra primero y en Estados Unidos después. En la capital británica el escritor Henry James le recibió con los brazos abiertos y en 1887 viajó por primera vez a Nueva York, donde donde pintó a una famosa mecenas de arte, Isabella Stewart Gardner, y a la mujer de un empresario neoyorquino, Adrian Iselin, que en la ficción bien podría haber sido Bertha y no Gladys.

En Boston fue agasajado con su primera exposición individual, compuesta por 20 obras. Por aquel entonces se calcula que cobraba unos cinco mil dólares por retrato, que son unos ciento treinta mil dólares en la actualidad. De regreso en Londres, en 1890, pintó otra de sus obras más conocidas, Lady Agnew de Lochnaw y a partir de 1907 cerró su estudio y solo hacía retratos puntuales, como el de John D. Rockefeller.


Retrato de Lady Agnew de Lochnaw, pintado en 1892 por John Singer Sargent.


Scottish National Gallery

«Pintar un retrato sería bastante divertido si uno no estuviera obligado a hablar mientras trabaja… ¡Qué fastidio tener que entretener al modelo y parecer feliz cuando uno se siente desdichado!», dijo para justificar el inesperado cierre. Aficionado a viajar con sus hermanas Emily, también pintora, y Violet a entornos naturales, en 1925 realizó su último retrato a la aristócrata Grace Curzon y ese mismo año falleció de una cardiopatía.

Precisamente este 2025 se cumple un siglo de su muerte y son tres las pinacotecas que han programado exposiciones con sus obras: el MET, sobre sus años de juventud en París, Kenwood House, con los retratos americanos, y el Musée d’Orsay de París, a partir de septiembre, con sus obras francesas entre 1874 y 1884. Las aficionadas a sus obras esperamos poder seguir viéndole en La edad dorada retratando a otros personajes y, ya que estamos, ver el retrato de Gladys.

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