
La memoria no siempre se escribe con palabras. A veces, se escenifica desde la dislocación, el cruce de voces, la superposición de tiempos y la imposibilidad de nombrar. En El suelo que sostiene a Hande, el texto del dramaturgo español Paco Gámez, adaptado y dirigido por Corina Fiorillo, la escena se convierte en territorio de reconstrucción y de disputa simbólica en torno a una vida borrada: la de Hande Kader, activista transgénero brutalmente asesinada en Estambul en 2016.
Lo que desde el poder se silencia, el teatro lo invoca desde la grieta. No se trata de una biopic ni de una reconstrucción fiel de los hechos. Tampoco de una búsqueda de justicia en términos jurídicos. La obra evita deliberadamente el expediente. En cambio, propone un dispositivo escénico fragmentado, coral, en el que los múltiples personajes funcionan como testigos parciales, voces fracturadas de una misma historia imposible de contener.
En el contexto sociopolítico de la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, donde el autoritarismo, la censura y la persecución sistemática a las disidencias sexuales han recrudecido en la última década, el asesinato de Hande se inscribe en una genealogía de cuerpos eliminados por el sistema. Sin justicia, sin resolución, sin historia oficial, su vida queda condenada al silencio institucional.
En ese hueco entra el teatro. Gámez no busca decir lo que no se sabe, sino hacer visible lo que se ha intentado borrar. El montaje, desde su dramaturgia poética, pone en escena la imposibilidad de narrar una vida atravesada por la marginalidad, la precariedad, el activismo y la violencia estructural. La figura de Hande aparece como un eco constante: no como personaje, sino como presencia, como interrogante que desarma la linealidad narrativa.
A través de una estructura episódica compuesta por “golpes” —capítulos que aluden a las múltiples violencias que Hande Kader sufrió a lo largo de su vida— la puesta construye una narrativa desde la ausencia y el cuerpo fragmentado. Los pasajes no son cronológicos ni cerrados, sino que se articulan como destellos, escenas sueltas que colisionan unas con otras, generando un efecto de acumulación que refuerza el sentido político de la obra.
Uno de los dispositivos escénicos más potentes del montaje es el uso del mapping, no como adorno visual, sino como estrategia dramatúrgica. Las proyecciones no ilustran: tensionan. Superponen imágenes y textos. La técnica se convierte en gesto político al recuperar, desde la luz y la tecnología, aquello que fue expulsado de los medios y de la historia oficial.
El mapping, en ese sentido, funciona como un segundo lenguaje, una capa visual que interpela al espectador desde la experiencia sensorial. La imagen digital, en vez de cerrar el sentido, lo abre: proyecta un mapa posible de la ausencia. Reescribe, aunque sea fugazmente, el lugar de Hande en el espacio público.
Fiorillo apuesta por un montaje polifónico, donde conviven lo documental, lo performático y lo poético. Lo festivo y lo trágico. El elenco –integrado por nombres de diversas trayectorias como Mario Alarcón, Mariana Genesio Peña, Gustavo Pardi, Marcelo Savignone, Antonia Bengoechea, Diego Gentile o Payuca— ensambla sus voces para construir un cuerpo colectivo. Ese cuerpo se multiplica, se diluye, se reconstruye, encarna y desaparece. Como Hande.
Lejos del didactismo o la bajada de línea, El suelo que sostiene a Hande no pretende explicar, sino problematizar. Y en esa apuesta política por la complejidad, la obra se vuelve acto de resistencia. Frente al borramiento, montaje. Frente al silencio, voz. Frente al olvido, escena.
La obra no sólo denuncia un crimen impune. También tensiona la mirada del espectador. ¿Qué cuerpos son legítimos de ser narrados? ¿Desde dónde se los narra? ¿Qué pasa cuando el cuerpo que encarna la historia no responde a los parámetros tradicionales del protagonista escénico?
En un presente donde las disputas identitarias son cada vez más mediatizadas pero no necesariamente comprendidas, El suelo que sostiene a Hande elige la escena como lugar de incomodidad. No para moralizar, sino para proponer un campo de pensamiento. Y, en última instancia, para devolverle a Hande –y a tantos otros como ella– algo que les fue negado: el derecho a una historia, aunque sea incompleta.








