Si alguien se preguntaba qué pasaría si La mujer rey (The Woman King, 2022) asistiera al Foro Económico Mundial con el temple de John McClane y un guion escrito por un bot de AI en modo apocalipsis, G20 (2025) tiene la respuesta: una presidenta afroamericana que pelea cuerpo a cuerpo contra terroristas financieros mientras da charlas sobre criptoeconomía y consuela a su hija hacker.

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Dirigida por la mexicana Patricia Riggen, la película mezcla thriller político, acción de alto voltaje y drama familiar como si fueran ingredientes de una sopa instantánea pensada para el consumo global. Y aunque intenta sumar puntos en todos los frentes —representación étnica, empoderamiento femenino, crítica económica, entretenimiento pop— termina ofreciendo un producto estéril, de laboratorio, diseñado para no incomodar al algoritmo de Prime Video.

Viola Davis —impecable en lo físico— es el único elemento que mantiene el barco a flote. Como Danielle Sutton, presidenta de los Estados Unidos, se pasea entre misiles y monitores de criptomonedas con la misma soltura con la que da discursos motivacionales. Su compromiso es total, aunque el guion —más preocupado por sumar buzzwords que por la coherencia narrativa— la empuja a escenas que rozan el absurdo.

Villanos con look de start-up y planes sacados de Reddit
El antagonista, interpretado por Antony Starr, lidera una banda de mercenarios tan bien peinados como mal definidos. Su plan: desestabilizar el sistema financiero global con deepfakes, secuestros y movimientos cripto. Su léxico combina Forbes, Black Mirror y TikTok financiero, pero jamás logra generar amenaza real.

Todo lo que en Mr. Robot (2015) era paranoia fundamentada, acá es fuegos artificiales sin contenido. Y lo que podría haber sido una sátira corrosiva termina convertido en una puesta en escena estéril, sin filo ni profundidad.

G20 funciona por momentos como un videojuego de acción episódico pero en tiempo real, como si Adolescencia (Adolescence, 2025) hubiera sido reciclada por ejecutivos que piensan que la tensión dramática se puede cuantificar en minutos por explosión.

La fotografía es eficiente, el montaje es vertiginoso y la música hace lo posible por dotar de emoción lo que el guion no logra articular. Pero el resultado general se siente vacío, mecánico, predecible. Como si la película hubiera sido armada con prompts cuidadosamente calibrados para no ofender a ningún sector demográfico.

Más que una película, G20 es un case study de branding contemporáneo: una protagonista empoderada, diversidad calculada, guiños tecnológicos y narrativa embotellada. No hay sátira. No hay crítica real. Hay superficie. Mucha.

Davis brilla, como siempre. Pero su talento se ve desperdiciado en un producto que parece más una estrategia de contenido que una película. Una experiencia diseñada para que el público diga “¡qué fuerte todo esto!” y pase al siguiente título sin haber reflexionado nada.