Sin códigos (Verbrannte Erde, 2024) es un policial negro contemporáneo en el que la traición se adentra en el mundo de los negocios. Los personajes «sin códigos» no son los típicos ladrones ni policías, sino los hombres de negocios, quienes actúan con impunidad, guiados únicamente por la codicia y la maldad.

La película comienza con Trojan (Misel Maticevic), quien llega —o regresa— a Berlín buscando retomar viejos contactos para conseguir un “trabajo”. A través de un viejo amigo, obtiene una oferta: robar una pintura por una suma de dinero considerable. Sin embargo, algo sale mal. No es el robo en sí lo que falla, sino el cliente, quien se niega a pagar, desatando una espiral de violencia.

Thomas Arslan entrega un neo-noir que transcurre en una Berlín nocturna y sombría. No por casualidad, la traducción literal del título original es «tierra arrasada». La atmósfera densa y dramática evoca el cine negro de Jean-Pierre Melville, Don Siegel, e incluso el estilo de Michael Mann en Colateral (Collateral, 2004) y Fuego contra fuego (Heat, 1995).

Presentada en la Berlinale y posteriormente en el Festival de Cine Alemán, la película retrata una serie de personajes solitarios, fríos y distantes, quienes recorren las calles en busca de dinero, su único objetivo. Son seres inmersos en el mundo del hampa, privados de afecto y esperanza, vagando en un entorno desolador.

La descripción del personaje principal se da en los primeros minutos del film: Trojan roba una propiedad sin encontrarse con resistencia alguna, ya que los dueños no están presentes y el sistema de seguridad no es un obstáculo. Sin embargo, cuando intenta cobrar lo acordado por el botín, es traicionado, lo que anticipa los acontecimientos posteriores. Trojan es un ladrón profesional con códigos, pero su desconfianza se ha convertido en su mejor herramienta para sobrevivir.

El director de Dealer (1999), Der schöne Tag (2001), Aus der Ferne (2005) y En las sombras (Im Schatten, 2010), siendo esta última la precuela de Sin códigos, desarrolla la trama con un ritmo lento e inquietante. Arslan sigue una estructura clásica: primero, establece el conflicto que enfrentará Trojan y, luego, despliega una acción densa y contenida, con personajes lacónicos y de emociones reprimidas.

Uno de los mayores aciertos de Sin códigos es su representación del mal, esencia del cine negro. Este mal emana del poder, corrupto y miserable, que permea el sistema. La crítica al capitalismo contemporáneo es implícita pero poderosa. Los responsables de los negocios son los verdaderos villanos: estafadores, oportunistas y traicioneros, que explotan a sus subordinados y los dejan a su suerte, sin cumplir sus promesas, interesados únicamente en salvarse a sí mismos.

En medio de este entorno desesperanzado, surge una pequeña luz para Trojan en su relación con el personaje de Marie Leuenberger, la coprotagonista. Trojan, que ha perdido la capacidad de confiar en los demás, encuentra en ella a una aliada, alguien en quien apoyarse. Así, con sutileza y profundidad, la película introduce una pizca de esperanza en un mundo que parecía haberla olvidado por completo.