Megalópolis es teóricamente una epopeya romana en una América imaginaria y contemporánea, es decir, una ciudad-estado en decadencia. La Roma-York de la que se trata ha de cambiar de estilo y de régimen: el conflicto entre César Catilina, un artista genial que tiene el poder de parar el tiempo y sueña con un porvenir utópico e ideal (de cierto modo), y Franklin Cicerón, el alcalde muy conservador, corrupto y protector de los corruptos, de los privilegiados y de las milicias privadas. Todo se complica cuando entendemos (o tratamos de entender) que la hija del alcalde se enamora de Catilina y no sabe con cuál de los dos quedarse.

Esta es la trama principal de la película. Se nos habla también de la historia de Roma y de los problemas o guerras civiles en los momentos de salir de la República para entrar en un sistema de emperadores y otros tipos de tiranos. Y de cierto hubo peleas entre Cicerón y Catilina, como lo descubrimos en las clases de civilización romana que nos daban los maestros de latín en la secundaria. En aquellos tiempos, Cicerón era el bueno, el gran abogado que peleaba contra el corrupto Catilina, gobernador de Sicilia. A pesar de sus orígenes italianos, Coppola nos lleva a un universo hollywoodense que poco se preocupa de la verosimilitud histórica.

De hecho, Coppola, para su última gran obra (él tuvo que poner mucho dinero propio en la producción de Megalópolis), nos sugiere imaginar un mundo en plena decadencia, un mundo cruel y corruptor, el mundo de “panem et circenses” (pan y circo) como en la América actual con “sus telenovelas y juegos adormecedores”. Aquí tenemos referencias a películas de Fellini, a Cecil B. de Mille y muchos más, a las carreras de caballos en los circos, como en las peleas a muerte de luchadores esclavizados. De todas partes salen referencias a grandes figuras y éxitos del cine comercial. El legado de Fritz Lang tampoco es inocente. Ni tan creativo, por lo menos.

Todo esto para decir que, más allá de las leyendas que se van a instalar en el mundo crítico, el Megalópolis de Coppola resulta triste. Lamentablemente fracasó frente a la realidad contemporánea. Aemás, hay momentos en los que actúa como un adolescente que, por casualidad, encuentra un tesoro de técnicas y máquinas digitales y las quiere utilizar todas.

Megalópolis se ve como un ensayo megalomaníaco, pretencioso y grandilocuente. Mejor olvidar estas palabras terribles y ver Apocalipsis Now, la saga de El Padrino o La conversación.